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Necesitamos salarios libres, no salarios bajos. Juan Ramón Rallo

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) acaba de publicar su informe anual, donde defiende que la idea de que la moderación salarial crea empleo es un mito. El nada parcial organismo sostiene que los salarios constituyen "el principal soporte del consumo privado y, por tanto, de los beneficios empresariales". "En este contexto, unos salarios más elevados pueden estimular la demanda y compensar otras partidas de crecimiento".

Resultaría un tanto cansino volver a explicar por qué los beneficios empresariales no proceden en su mayor parte del consumo sino del ahorro, así que me centraré en un tema en apariencia contraintuitivo: la rebaja de ciertos salarios no sólo puede no reducir el gasto en consumo, sino que incluso puede incrementarlo. La clave está en comprender que los salarios no son herramientas para controlar el gasto total de la economía, sino precios particulares que determinan qué, cómo y cuánto ha de producirse. Los mejores salarios no son los altos ni los bajos, sino los que permiten alcanzar acuerdos mutuamente beneficiosos al trabajador y al empresario y maximizar la cantidad de mercancías producidas.

Los salarios demasiado bajos reducirán la cantidad de horas que los individuos están dispuestos a trabajar, mientras que los salarios demasiado altos minorarán la cantidad de empleados que los empresarios desean contratar. Por consiguiente, tanto los salarios artificialmente altos como los artificialmente bajos impiden llegar a acuerdos óptimos entre las partes y obstaculizan la maximización de la producción. La idea de que los salarios altos son positivos para los trabajadores y los salarios bajos benefician a los empresarios es errónea, por cuanto los salarios excesivamente elevados incrementarán el paro (con claros perjuicios para los trabajadores desempleados) y los excesivamente bajos dejarán a muchos empresarios con las ganas de contratar a unos trabajadores que ya no estarán disponibles.


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