La industria de la alimentación es un monstruo que representa el 10% de la economía mundial y en el que trabajan desde los empleados de Nestlé hasta los individuos que venden fideos con ternera en las calles de Bangkok o el tipo que se dedica a triturar caballos e ir distribuyendo su carne por toda la cadena alimentaria. Decir que las diez compañías más grandes venden todo lo que comemos es absurdo. Desterremos el mito del monopolio mundial de la alimentación, porque de momento no existe.
Dice Wolf: “Casi nada en la economía es más importante que meditar sobre cómo las compañías deberían ser dirigidas y para qué fines. Desafortunadamente, hemos armado un lío al respecto. Ese lío tiene un nombre: la maximización del valor de los accionistas. Dirigir empresas en línea con esta creencia no solo conduce a comportamientos inmorales, sino que también atenta contra su verdadero objetivo social, que consiste en generar mayor prosperidad.”
En sus encuentros con los funcionarios de la ONU, el OCDH expresó además “su preocupación por la situación de las Damas de Blanco y los activistas de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), de quienes entregó documentación actualizada; así como del proyecto Estado de Sats, del cual entregó en soporte DVD el documental Gusano, que manifiesta elocuentemente los métodos represivos del Gobierno cubano”, indicó el Observatorio en su nota.
El liberalismo es una filosofía moral y política que se basa en la libertad como no violencia, agresión o coacción. No obliga a ayudar a nadie; es individualista y universalista, no distingue entre grupos ni exige lealtad ni obediencia a ninguna autoridad; no se ocupa de temas relacionados con la pureza o la divinidad. Por eso resulta extraño e incluso inaceptable para la mayoría de las personas con fuertes instintos tribales, que creen que ayudar es un deber ineludible, o que sienten fuerte asco o indignación ante violaciones de ciertas normas relacionadas con temas sagrados. Independientemente de si los liberales son buenos o malos vendedores de sus ideas, estas son muy difíciles de popularizar.
So why aren’t creative alternatives like this even on the table? A major reason is that popular writers like Stephen Jay Gould and Malcolm Gladwell, pushing a leftist or heart-above-head egalitarianism, have poisoned their readers against aptitude testing. They have insisted that the tests don’t predict anything, or that they do but only up to a limited point on the scale, or that they do but only because affluent parents can goose their children’s scores by buying them test-prep courses.
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