LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -Imagino cuantos cubanos, opuestos o no al gobierno, deban sentirse ofendidos al leer el artículo de Manuel E Yepe, titulado “Humillación sexual como tortura en EE.UU.”, publicado en el diario oficial Granma, el viernes 20 de abril. Yepe nos advierte sobre las leyes del “enemigo” histórico, específicamente una aprobada recientemente por la Corte Suprema de los Estados Unidos, sobre la obligación de desnudarse para ser registrado.
El periodista se apoya en un ensayo publicado por la escritora y consultora política norteamericana, Naomi Wolf, titulado: “Como EE.UU. usa la humillación sexual (ponerse de cuclillas, toser y separar las nalgas) como instrumento político para el control de las masas”.
Manuel E Yepe debe saber que este tipo de humillación es frecuente en Cuba, y ni siquiera está comprendido en la Ley de Procedimiento Penal. Además, si de requisar o desnudar a personas se trata, poco les importa a las autoridades cubanas el sexo o la edad del detenido, ni el lugar donde se realice el registro.
Para hablar de humillaciones Yepe no necesasita hurgar en las disposiciones legales de otros gobiernos, menos hacerse eco de lo que publicó Naomi Wolf, una escritora comprometida con las necesidades políticas y de derecho constitucional de sus conciudadanos. Basta con que consulte sobre estas prácticas en las prisiones y comisarías de nuestro país. Aunque, obviamente, no lo hará.
¿Sabe Manuel E Yepe que el domingo 12 de febrero del año en curso, cuatro Damas de Blanco de la provincia de Pinar del Río fueron desnudadas dentro de un auto de la Seguridad del Estado?
Debería indagar sobre esta humillación que sufrieron Yaima Cordero Fernández, Yamilis Valdés Rodríguez, Yamilka Ledesma Santana e Irina Caridad León Valladares. Para desnudar a ninguna de estas víctimas medió orden judicial alguna, tampoco existió la privacidad debida, algo que no preocupó en lo más mínimo a las ejecutoras de la humillación, dos mujeres oficiales, vestidas de civil.
Yepe nunca escribiría sobre el recluso Lázaro Campos Marella, un enfermo mental que permaneció desnudo por varias semanas en una celda colectiva del Combinado del Este, el reclusorio más poblado de Cuba. Seguro desestimaría conocer historias como la de Jacqueline Cutiño Leyte, vecina de Parcelación Moderna, en Arroyo Naranjo. Ella podrá contarle cómo fue humillada, en agosto de 2007, en la unidad policial de C y 21, en el Vedado, donde la obligaron a desnudarse para quitarle 92 pesos convertibles, que nunca le devolvieron.
Sobre la humillación, pudriera contarle uno de los periodistas habituales de esta página, José Antonio Fornaris, quien fue avergonzado en dos ocasiones. La primera, en el cuartel general de la Seguridad del Estado, conocido como Villa Marista, en 1991. La otra, en el baño de la terminal de ómnibus interprovinciales de Ciego de Ávila, en 1996.
Según interpreta Yepe, ex diplomático devenido periodista habitual del diario Granma, “Forzar a la gente a desnudarse es el primer paso para romper su sentido de individualidad y dignidad, reforzando su impotencia”.
¿Se puede hablar de respeto a la individualidad y la dignidad en otro país, en el periódico oficial de un gobierno que suele desnudarnos de manera improcedente y humillante? ¿Acaso siquiera existe en Cuba una Corte Suprema capaz de llevar a votación nuestros derechos más elementales?
En el capitulo X, de la Ley de Procedimiento Penal, aparecen redactados los diferentes tipos de registros. Sin embargo, nada se dice sobre cómo, dónde y bajo qué condiciones se puede obligar a desnudarse a un detenido.
Manuel E. Yepe se siente ofendido con las disposiciones legales norteamericanas. Es una lástima que no quiera –o no pueda- mirar las humillaciones continuas que ocurren en el mismo país en que vive.
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