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Un viaje optimista por el futuro, de Mark Stevenson



Querido J:
Sé que esta carta y su encabezamiento pueden afrontar problemas objetivos. De las lecturas de Rajoy sólo se conoce el Marca y porque él la hizo pública en un antiguo test preelectoral. Por lo demás, a alguien que va a ejercer el poder en las histéricas circunstancias del presente no parece que se le deban recomendar libros, sino acción. Pero el Marca tiene pocas páginas, sobre todo si no escribe Segurola, y la acción es fantástica cuando uno sabe lo que hace. Por lo tanto, este libro: Un viaje optimista por el futuro, de Mark Stevenson, publicado por Galaxia Gutenberg. Este libro, sobre todo, porque la salida real de la crisis no está en el cuarto de punto de los intereses ni en el amasijo de deuda que pueda comprar el BCE. Sino, por ejemplo, en las bacterias que crían Craig Venter o Georges Church, que beben agua y defecan diesel. De cualquier crisis económica se ha salido a bordo de una nueva tecnología. No recuerdo ahora dónde leí eso, pero es más verdad que el pan y la tierra y la guerra.
Stevenson es un aniñado cuarentón inglés que practica varios oficios, entre ellos el de cómico. Un hombre muy correcto, muy Guardian, y que se esfuerza en serlo. Hace unos años decidió salir de viaje y elaboró una lista de lugares y personas donde se estaba mascando el futuro. Boston, desde luego; pero también desiertos australianos o las profundidades, literales, de las islas Maldivas, donde se celebró el primer consejo de ministros submarino de la Historia. Fíjate hasta qué punto llegó su fascinación por los lugares exóticos que llegó hasta la ciudad de Barcelona, donde pasó un tarde «alucinante» con Xavier Claramunt, que se dedica al impresionante negocio de construir hoteles espaciales. Claramunt, jefe de Galactic Suite, le aseguró que el año próximo tendrá los dos primeros clientes de su hotel espacial. Yo habría preferido saber cuándo va a tener el hotel, pero ya comprendo que todo no se puede pedir.
El libro tiene tres partes, bien estructuradas: el hombre, la máquina y la tierra. En la primera Stevenson viaja a la inmortalidad y sus telómeros. Debo decirte, respecto a este asunto, que hablé el otro día con mi inmortólogo de cabecera,el gran Ginés Morata, a ver qué había de lo mío. Y no tuvo inconveniente en fijar la definitiva prolongación de la vida en un punto situado entre las twins (14 años) y sus hijos. Sobre las implicaciones de esta cronología no quiero hacerte ningún comentario ni que me lo hagas. Adelante. En la parte dedicada a la tierra, Stevenson descubre, entre otras muchas cosas, que no habrá escasez de combustibles fósiles y que serán neutros en carbono; y que la energía solar permitirá que la electricidad se añada a todos los ingenios que ya funcionan de manera inalámbrica. En cuanto a la máquina, su viaje más fascinante se centra en la nanotecnología, que en realidad es una suerte de item transversal del futuro. Y obtiene una conclusión contundente: la nanotecnología puede acabar con la escasez y la desigualdad.
Doy por hecho que no he de convencerte de hasta qué punto Stevenson es un escritor riguroso con la inflamable materia que trata. Yo no te marearía por alguna bisutería new emocional, tipo Punset, que acaba de apuntarse también al optimismo con un humorístico manifiesto donde pueden hallarse fumadas de este vuelo: «Las redes sociales son lo que nos hace distintos del resto de animales. El origen de la interconexión actual está en las rutas de la Seda y del Incienso». El viaje de Stevenson complementa El optimismo racional, el libro de Matt Ridley del que te hablé hace meses. Si este basaba sus conclusiones en el examen atento e inteligente del pasado, Stevenson se centra en el presente; si Ridley hacía un gran acopio de datos y de teoría, este de hoy es un gran reportaje, basado en personas y cosas, a cuya escritura solo le sobra una cierta textura de pórex y una ingente cantidad de chistes profesionales.
Como resultaba casi obligatorio el viaje incluye una parada en Wellesley, donde Ray Kurzweil. En este capítulo la escritura de Stevenson se queda pequeña. Kurzweil es el primero de mis héroes trágicos. Como sabes, aparte de haber inventado el escáner y la traducción automática, es el teorizador del crecimiento exponencial. Es decir, el primero que vio que nuestras tecnologías fundamentales, sean el desciframiento del genoma o el iPhone, crecen a un ritmo exponencial y no lineal; y que es preciso pensar del mismo modo. Dice Kurzweil en el libro: «Hemos pasado años racionalizando la muerte. No ha habido ningún argumento para derrotarla hasta hace muy poco. La gente no está de acuerdo, pero se puede presentar el argumento creíble de que es posible derrotar a la muerte, no al modo místico de las religiones, sino utilizando la tecnología». Su grandeza y su tragedia es que él mismo se pone como materia prima de la exponencialidad. Tiene 63 años, toma entre 180 y 210 pastillas diarias y asegura que llegará a la inmortalidad. Morirá, y lo sabe; pero habrá sido el primer humano trans en plantarle cara.
Fiado en su libro, Stevenson, además, ha puesto en marcha algo interesante a lo que podríamos adherirnos nosotros y hasta Rajoy: una Liga de Optimistas Pragmáticos (el pasado presidente se adhería a la Liga de Optimistas Antropológicos), donde el adjetivo cuenta casi tanto y tan bien como el sustantivo. Esto dice su punto de partida. Verás que a veces se le oye el chiclé a Stevenson, pero sus intenciones son buenas y razonables:
1. Propugnamos un optimismo sin complejos, ambicioso con el futuro.
2. Somos pragmáticos. Nos encontramos para ayudarnos en esta tarea. Pondremos freno a los charlatanes.
3. Somos partidarios de implicarnos en proyectos que sean «más grandes que uno».
4. Creemos que las ideas se vuelven más potentes cuando se comparten, no cuando se protegen.
5. Cometer errores, vale. Pero no intentarlo es una irresponsabilidad.
6. Nos proponemos mantener a raya nuestro cinismo.
Un lúcido y mexicano Juan Enríquez, no sé si más político que bioctecnólogo, pronuncia en el libro una frase cerrada: «Si no percibes las posibilidades del cambio, te quedarás en el pasado. Habrá sociedades enteras que acabarán sirviendo mai tais en la playa». No sé qué pensaría Rajoy de esta frase. Sobre él hay opiniones diversas. Una de ellas, extendida más allá de su familia, dice que a poco que gobierne, será un presidente duracell. Es posible. Pero estará obligado a encender las luces largas durante su viaje.
Sigue con salud
A.
(El Mundo, 26 de noviembre de 2011)

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