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Esperanza por la democracia en Birmania

Por Henry Kamen, historiador británico, su último libro es Poder y gloria. Los héroes de la España imperial, Espasa, 2010 (EL MUNDO, 02/12/11).

La histórica visita a Birmania de Hillary Clinton supone el primer contacto al más alto nivel entre la Casa Blanca y el Gobierno del país asiático. La secretaria de Estado de EEUU llegó el miércoles y ayer mostró su apoyo al proceso de cambio emprendido por la Junta Militar birmana, lo que gran parte de la prensa ha interpretado como el principio del fin de una de las dictaduras más arraigadas de Asia. Pero este artículo tiene una visión mucho más pesimista.

Antigua colonia del Imperio británico, el país consiguió su independencia en 1948. El primer líder de la Birmania libre fue U Aung San, padre de Aung San Suu Kyi, ahora líder del movimiento prodemócrata y la principal razón por la que Hillary Clinton está haciendo una visita. U Aung San fue asesinado en los albores de la independencia y el país degeneró en una guerra civil. Siendo yo un niño en aquellos días, recuerdo las alarmas nocturnas en Rangún, y cómo nos tendíamos en el suelo para evitar el peligro de las balas. El nuevo ministro de Finanzas, que vivía enfrente de nosotros, fue asesinado. Desintegrado el Gobierno, las guerrillas armadas tomaron el campo, los intereses comerciales huyeron del país, y la economía se deterioró. Birmania había ido en busca de la libertad, y solo había logrado la ruina y el caos.

El nuevo dirigente del país, U Nu, era un político demócrata que consiguió ganar las elecciones y aportar algo de orden en los asuntos públicos. Pero los problemas fueron creciendo. A primera hora de la mañana del 2 de marzo de 1962, tanques y unidades armadas leales al ejército entraron en la capital Rangún, arrestaron a U Nu y todas las otras figuras políticas de mayor rango, e instalaron la dictadura militar. Aung San Suu Kyi se fue al extranjero a estudiar. Se graduó en India y después completó sus estudios en Oxford. Regresó a Birmania, donde participó en movimientos por la democracia política. En las elecciones de 1990 dirigió un partido que arrasó en las urnas, con más del 80% del voto popular. Los generales suprimieron los resultados y arrestaron a Aung San. Pero desde su casa-prisión logró componer discursos, artículos y libros, se ganó la admiración de todo el mundo civilizado, y fue galardonada con numerosas distinciones internacionales, incluido el Premio Nobel.

El año pasado, los generales decidieron celebrar elecciones, pero el partido de Aung San se negó a participar. Este año, sin embargo, ha acordado tomar parte en cualquier elección futura. Es el pequeño rayo de esperanza que ha alentado a los Estados Unidos a enviar a Hillary Clinton. ¿Pero hay realmente alguna esperanza? Enfrentémonos a los hechos, porque es seguro que cualquier elección futura será un fraude a menos que cambien las condiciones. En virtud de la Constitución aprobada en 2010, la Junta Militar se disolvió y entregó el poder a un parlamento. Pero los militares se reservaron el derecho a nombrar al 25% de todos los diputados en las cámaras del Parlamento. En total, la junta ha nombrado 110 oficiales militares para la nueva Cámara Baja y 56 para la Cámara Alta. El restante 75% de los escaños en el Parlamento fue al partido de Solidaridad y Desarrollo, que cuenta con apoyo militar. Aquellos que han vivido bajo una dictadura, como los españoles, reconocerán que las elecciones nunca son libres, a menos que las condiciones sean realmente democráticas. Por el momento, hay pocas posibilidades de que esto ocurra en Birmania.
Además, el tema de las elecciones es sólo uno de los problemas. El país ha estado en guerra continua durante más de 70 años, debido a la cuestión de las nacionalidades. Es una de las razones principales que los generales esgrimen para tener el control continuo del poder. Los grupos étnicos que constituyen la Unión de Birmania se hallan en un perpetuo estado de insurgencia. El país se compone no sólo de birmanos (en Birmania central) sino también de vastas zonas que son el hogar de los karen, kachin, shan y otras minorías, que tienen la ventaja de ocupar casi toda la frontera exterior del país, hecho que facilita la importación de armamento y la exportación de productos como el opio (Birmania es probablemente el mayor productor mundial de esta droga). Durante las décadas de conflicto, cientos de personas fueron arrestadas y, por supuesto, asesinadas. Se estima que todavía hay 2.000 presos políticos encarcelados, entre ellos monjes, estudiantes, periodistas, abogados, diputados y más de 300 miembros del partido de la oposición de Aung San Suu Kyi, la Liga Nacional para la Democracia. Uno tendría que ser muy optimista para creer que cualquier cambio es posible en un país con esta herencia política.

Y luego, por supuesto, está la cuestión de la economía. Mis recuerdos de Birmania datan de los últimos años del Imperio británico. Mi padre solía llevarme a los campos petrolíferos donde trabajaba y mostrarme cómo funcionaban los grandes pozos de petróleo. Las riquezas de la tierra todavía están allí. En 2008, el sector del petróleo y gas representaron más de 3.000 millones de dólares en inversión extranjera directa. Pero el ingreso de ello ha sido malversado por la dictadura militar y no se ha gastado ni un céntimo en mejorar la situación de las personas. No hay un sistema judicial adecuado. No hay ningún sistema bancario adecuado, no hay hipotecas en Birmania, y los bancos tienen prohibido conceder préstamos por periodos de más de un año. La corrupción es desenfrenada. El Estado utiliza mano de obra forzada para construir edificios militares y empresas comerciales. Se estima que el 90% de la población vive en o por debajo del nivel de pobreza, y Birmania tiene el PIB más bajo de todo el sudeste asiático. El ejército controla todos los principales sectores de la economía tales como minería, petróleo, transporte, manufactura, prendas de vestir y electricidad. Según un informe publicado por Reporteros sin Fronteras, Birmania es uno de los cinco peores países del mundo en cuanto a la libertad de prensa, ocupa el lugar 174 de un total de 178 países clasificados.

¡Y es este país pobre el que acaba de crear una nueva capital en medio de la nada! Con la excusa de que Rangún estaba abarrotada, los generales decidieron construir una ciudad completamente nueva y le dieron el nombre de Naypyidaw, que significa la casa de reyes. Fue excavada en la selva y construida partiendo de cero a 320 kilómetros al norte de Rangún. El 6 de noviembre de 2005, a las 6:37 de la mañana, hora auspiciosa astrológicamente, el Gobierno trasladó apresuradamente todos sus departamentos a la nueva capital. Hay campos de golf, dos nuevas salas de cine y una réplica a escala real, completada en 2009, de la famosa pagoda de Shwedagon de Rangún. También hay una colección de hoteles al estilo de Las Vegas en el principal bulevar de la ciudad. Casi todos ellos están prácticamente vacíos, aunque es la única ciudad en Birmania donde la electricidad está disponible las 24 horas del día.

Después de este sombrío panorama, hay buenas razones para estar agradecido a los Estados Unidos por su interés en el futuro de Birmania, uno de los países donde la política estadounidense en favor de la democracia ha sido más consistente. Funcionarios del Departamento de Estado han viajado con regularidad allí en los últimos meses. El Gobierno de Washington exige libertad incondicional para Aung San y para todos los presos políticos; poner fin a los conflictos con los grupos étnicos minoritarios; acabar con las violaciones de los derechos humanos; y acuerdo entre todos los grupos en una transición a la democracia. El problema es que después de 70 años de violencia, una solución parece todavía muy lejana.

Resulta obvio que la democracia por sí misma no es una solución automática y Aung San Suu Kyi no es la única clave. Vale la pena recordar que una situación parecida se produjo en Pakistán hace muy poco tiempo. Se disolvió la dictadura militar, se convocaron elecciones libres, se liberó a los prisioneros, y se permitió a Benazir Bhutto volver del exilio. Las consecuencias todavía están presentes: Pakistán es probablemente hoy la nación más peligrosa e inestable del mundo. Afortunadamente, Birmania es ante todo un país budista, no islámico, y Al Qaeda no tiene la posibilidad de una base allí.

A pesar de todo, los generales birmanos deben ser conscientes de los recientes cambios alarmantes en el mundo árabe y sin duda una revuelta popular es un motivo de grave preocupación para ellos. Los amantes de la libertad y los exiliados birmanos en todo el mundo sólo pueden desearle lo mejor a Hillary Clinton.

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