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Miremos al Báltico para cambiar de rumbo. Juan Ramón Rallo


Algunos venimos defendiendo desde 2007 la necesidad de salir de la crisis mediante dos premisas: austeridad del sector público y liberalización del sector privado. Las depresiones son momentos en los que es necesario amasar un enorme volumen de ahorro para amortizar deudas y reorganizar la economía, para lo cual el peso del Estado debe reducirse y las regulaciones que bloquean la recolocación de los factores productivos deben desaparecer. España, sin embargo, lleva cuatro años poniendo en práctica lo contrario: amplios déficits públicos y mantenimiento de todas las rigideces económicas (alias “derechos sociales”). El resultado no puede ser más desolador, pues no sólo no hemos salido del estancamiento recesivo sino que nos hemos embarrancado más en él, añadiendo a nuestra crisis de deuda privada otra superpuesta de deuda pública.

¿Acaso no ha llegado el momento de cambiar de rumbo? Totalmente. De los países europeos, aquellos que más se han acercado a nuestras recomendaciones han sido los bálticos (cuya población conjunta no es demasiado grande, pero sí es mayor que la de Irlanda y sólo un 30% menor que la de Grecia o Portugal). Estonia, Letonia y en menor medida Lituania han hecho gala de la austeridad pública y de la flexibilidad privada y los resultados han sido los que cabía prever: duros en la etapa de ajuste, espectaculares en la de recuperación. Por ejemplo, el PIB de estos tres países cayó entre un 17% y un 22% desde 2008 a 2010, pero gracias al ajuste interno en 2011 ya está aumentando a ritmos de entre el 6% y el 8% anual. ¿Y en que ha consistido ese ajuste interno? En la austeridad pública y la flexibilidad privada.

El saneamiento del sector público ha sido tan intenso como requerían las circunstancias: en Estonia y Letonia, el Estado redujo sus gastos, desde su punto máximo, en más de un 10% (en España sólo un 3%), lo que les ha permitido o bien prácticamente eliminar su déficit (en el caso de Letonia, que alcanzó un déficit de hasta el 8% del PIB) o bien amasar un superávit (en el de Estonia, que apenas se permitió padecer un déficit del 2%). Y, oh, la perversa austeridad no ha afectado en lo más mínimo su crecimiento. ¿Cómo es posible, señores keynesianos? De hecho, Lituania, el país más rezagado de los tres en reducir los gastos (un 3% desde su máximo), no crece más que sus vecinos pese a que su déficit sigue en torno al 7,5% del PIB (eso sí, tiene margen para endeudarse sin, de momento, poner en jaque la solvencia de su Estado, pues su deuda total apenas llega al 40% del PIB).


Leer completo en la Página Personal de Juan Ramón Rallo.

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