Cuando hablo de madurar, me refiero a superar nuestra berroqueña intolerancia de forofos de fútbol. Sin duda, hay peperos talibanes y sectarios, pero la izquierda también tiene sus bemoles.
Por ejemplo, me chocó la indignación que provocó el artículo de Vargas Llosa diciendo que votaría a Rosa Díez. Vale, tal vez fuera mejor que ningún articulista se definiera por un partido, pero lo cierto es que a lo largo de los años ha habido columnistas en este diario que han pedido el voto para la izquierda o para el PSOE y nunca pasó nada: nadie se dio cuenta, porque navegaban a favor de nuestros prejuicios.
Por no hablar del caso de Russian Red, una estupenda cantante española que este verano dijo inocentemente que era de derechas. ¡La que le cayó encima! Los insultos, la repulsa, el anatema.
Verán, yo no digo que todos los partidos sean iguales. Al contrario: quiero opciones políticas de verdad distintas y luchar por mis ideas. Pero eso no pasa por la abominación bárbara del otro, por el rechazo irracional y necio. Por pensar que ser una cantante moderna de derechas es más aberrante que ser un vampiro.
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