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El mito sueco. Diego Sánchez de la Cruz

Si hay un lugar que evoca las mayores aspiraciones de la socialdemocracia europea, sin duda se trata de Suecia. Históricamente, este país escandinavo ha sido al progresismo lo mismo que Suiza para el liberalismo: un feliz ejemplo de la utopía convertida en realidad, una prueba fehaciente de que la batalla merece la pena.

Eso sí, es importante subrayar que, por mucho que el relato habitual de la “utopía sueca” haya seducido a millones de europeos, los hechos desmienten rotundamente el mito. Un análisis frío de la realidad sueca arroja conclusiones reveladoras al respecto.

Comenzamos en la segunda mitad del S. XIX, cuando Suecia aún era un país marcado por las hambrunas. Ante la necesidad de salir adelante, Suecia comenzó un proceso de apertura económica en la década de 1860. Esta estrategia se tradujo en un periodo de prolongado desarrollo socioeconómico. De hecho, entre 1870 y 1950, Suecia tuvo un crecimiento anual promedio de casi el 2%, superando a EEUU y solamente por detrás de Suiza. En su excelente estudio sobre esta cuestión, Mauricio Rojas ha descrito este periodo histórico como una fase de “capitalismo pujante y abierto al mundo. Una economía de mercado libre y de industrias de primera clase”.


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