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1936. Los mitos de la guerra civil. Enrique Moradiellos. 2004

Magnífico libro de Enrique Moradiellos. Lo incluyo entre mis libros.

Tuve conocimiento de este libro en esta entrevista a Antonio Muñoz Molina, que lo recomendaba con estas palabras: "Hay un libro que no me canso de recomendar de Enrique Moradiellos, que se llama 1936 y es un resumen de todo lo que ha sido probado y en lo cual hay un consenso abrumador entre los historiadores. En España estamos todos locos opinando todo el tiempo".

Moradiellos analiza la Guerra Civil Española (1936-1939) desde muchos puntos de vista, explicando el por qué de la guerra y su desenlace. El apoyo bibliográfico es amplio, con continuas referencias a obras y reproducción de partes las mismas, tanto para dar datos como para incluir textos y declaraciones de los principales protagonistas de la guerra, o reflexiones de los autores de las obras.


El libro es un intento, conseguido en buena parte, de poner en claro los acontecimientos que sucedieron en España y el mundo, en esos años. Sin tratar de defender a unos o a otros, el autor se enfrenta con los hechos y los interpreta. Me ha interesado especialmente el capítulo donde el autor escribe sobre Juan Negrín, figura muy controvertida.


A continuación escribo sobre lo que me ha parecido destacado, aunque el libro tiene mucho más de lo aquí reflejado y recomiendo su lectura completa.

En el primer y segundo capítulos analiza los mitos y la evolución de los análisis históricos de la guerra, respectivamente.

En el tercero escribe sobre "las tres Españas de 1936". Indicando que "la guerra civil estaría formada por 'muchas guerras' paralelas y latentes, todas ellas de origen previo a julio de 1936". 

"La República y sus partidarios se hicieron fuertes en aquella España básicamente urbana" y "la insurrección militar se consolidó de inmediato en aquella España básicamente rural". (P. 45).

Las tres Españas: la reformista democrática, la reaccionaria autoritaria o totalitaria y la revolucionaria colectivizadora. Alineadas la reformista y revolucionaria en el mismo bando, contra los reaccionarios. Pero estos últimos mejor reagrupados.

Se recogen declaraciones y escritos:

De José María Gil Robles (1933): "¡Qué importa que nos cueste hasta derramar sangre! [...] La democracia para nosotros no es un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento el Parlamento o se somete o le hacemos desaparecer"(P. 55).

De Francisco Largo Caballero (1933): "El Partido Socialista va a la conquista del poder [...] legalmente si puede ser. [...], con arreglo a la constitución, y si no, como podamos". (P. 57).

De Indalecio Prieto (1 de mayo 1936): "La convulsión de una revolución, con un resultado u otro, la pude soportar un país; lo que no puede soportar un país es la sangría contante de desorden público sin finalidad revolucionaria inmediata; lo que no soporta una nación es el desgaste de su poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego, la zozobra y la intranquilidad". (P. 62).

De José Calvo Sotelo (12  de enero de 1936): "Hoy el ejército es la base de la sustentación de la patria. [...] Cuando las hordas rojas del comunismo avanzan, sólo se concibe un freno: la fuerza del Estado y la transfusión de las virtudes militares -obediencia, disciplina y jerarquía- a la sociedad misma [...] Por eso invoco al Ejército y pido al patriotismo que lo impulse". (P. 64).

De Manuel Azaña (Memorias de guerra, 10 de septiembre de 1937): "En todas partes, los partidos obreros y los sindicatos acosan a los republicanos, prescinden de ellos cuando pueden, los atacan (...) Los republicanos se aguantan, protestan o se defienden como pueden. No pasan de ahí". (P. 66).

También se recogen las ideas de Salvador de Madariaga, quien personifica las tres Españas en: Francisco Franco, Francisco Largo Caballero y Francisco Giner de los Ríos, este último como "alma de la Institución Libre de Enseñanza y exponente de la 'otra tradición española, la de la transacción razonable y el acuerdo mutuo'". Según Madariaga, Giner de los Ríos y su legado fueron aplastados por "el efecto combinado" del doble pronunciamiento  de los otro dos Franciscos. (P. 67).


En el capítulo cuarto el autor analiza la  "Inevitabilidad, contingencia y responsabilidades" de la guerra.


Recoge la opinión de Juan Negrín (5 de septiembre de 1952) sobre las causas de la derrota: "Nuestra derrota [...] se debió más a nuestra inconmensurable incompetencia, a nuestra falta moral, a las intrigas, celos y divisiones que corrompían la retaguardia, y por último nuestra cobardía que a la carencia de armas. Cuando digo 'nuestra', no me refiero naturalmente a los héroes que lucharon hasta la muerte, o sobrevivieron toda suerte de pruebas, ni a la pobre población civil, siempre hambrienta y al borde de la inanición. Me refiero [...] a los dirigentes irresponsables, quienes, incapaces de prevenir una guerra, que no era inevitable, nos rendimos vergonzosamente, cuando aún era posible luchar y vencer. Y conste que no distingo cuando repito 'nosotros'. [...] hay una solidaridad en la responsabilidad, el único bautismo que puede lavarnos es el reconocimiento de nuestras faltas y errores comunes". (Pp. 69-70).


La opinión del historiador Santos Juliá, quien critica la debilidad del gobierno del frente popular tras triunfar en las elecciones del 36, con el PSOE y UGT inhibidos "de la responsabilidad de gobernar". (P. 74).


La del hispanista Shlomo Ben-Ami: "El fracaso final de la República no estaba condicionado irreversiblemente por los imperativos estructurales ni por las incapacidades intrínsecas de los españoles para el auto-gobierno. Fue causado por las políticas, algunas claramente malas y otras muy inadecuadas, y por la reacción frente a ellas". (P. 75).


Se indica en el libro que: "la idea de que era moralmente legítimo el uso de la violencia más extrema para imponer el triunfo de un modelo de orden socio-político no era privativo de los extremos del espectro político". Recogiendo testimonios de distintas personas que prueban lo escrito. (P. 76).


Se analiza el por qué el golpe militar dio lugar a una guerra, principalmente debido a la división tanto de la sociedad como de las fuerzas armadas. Y se señala al golpe de los militares como el responsable de "la chispa que envolvió a España en llamas (Edward Malefakis)". Además de indicar que: "Sin la fractura relativa que había en su seno [del ejército] y sin la amplia conjura en marcha en favor de una intervención militar anticonstitucional  no hubiera sido posible el enfrentamiento fratricida por razones de mera falta de elementos de combate". (Pp. 80-81).


Se dan las cifras de la relación de fuerzas militares a finales de 1936, tras el Golpe de Estado. Con las fuerzas igualadas, excepto por el Ejército de África, leal a los golpistas, que desequilibraba la balanza ligeramente. (P. 84). Basándose en: Los datos exactos de la guerra civil de Ramón Salas Larrazábal.


En el capítulo quinto se analizan las "Razones de una victoria absoluta y causas de una derrota total".


El autor indica que la falta de "medios y el equipo militar necesarios y suficientes para sostener un esfuerzo bélico de envergadura", por parte de ambos bandos, hizo que la contienda se internacionalizara al demandar ayuda los dos bandos. (P. 91-92).


Se recoge la opinión de Azaña que, por orden de importancia, enumera los enemigos del Gobierno republicano: 1. Gran Bretaña; 2. Las disensiones políticas dentro de la República; 3. La intervención armado italo-germana; 4. Franco. (P. 93).


Las causas del triunfo de Franco analizadas por Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor Central del Ejército Popular de la República, son expuestas: En el terreno militar, por la carestía de medios y la defectuosa dirección técnica de la guerra del ejército republicano. En el terreno político, por la falta de un fin político, las influencias sobre el gobierno y errores diplomáticos, todos en el lado republicano. En el orden social y humano, por la superioridad moral en el interior y el exterior y por asegurar una cooperación internacional permanente y pródiga de Franco. (Pp. 99-100).


El capítulo sexto está dedicado a "La faceta militar y estratégica".


"La extirpación física y total de un enemigo considerado como la anti-España", fue el objetivo de Franco. (P. 105).


En el capítulo séptimo se analiza "La dimensión institucional y económica".


Franco expresó la necesidad de "imponer una unidad extrema en la retaguardia bajo tutela militar". (P. 113). Además, el autor, expone como "la represión violenta y sistemática contra el enemigo interno, fehaciente o potencial" fue "la faceta más atroz" de los sublevados. (P. 106). La cifra dada en el libro de víctimas de esta represión es: 90 000, durante la guerra, y 40 000, en la postguerra. (P. 117). 


En la zona republicana la falta de una autoridad central, incapaz de "aprovechar al máximo los recursos económicos disponibles" y la intensa movilización popular, provocó que: Las milicias obreras fueron en un primer momento "las únicas fuerzas de combate reales y autónomas". "El surgimiento de comités, consejos y juntas autónomas, formados por sindicatos y partidos de izquierda, que asumieron las funciones de dirección política y administrativa". "Una oleada general de expropiaciones, incautaciones y colectivizaciones en la economía". "La represión incontrolada del enemigo de clase (militares, sacerdotes, civiles burgueses, intelectuales derechistas)".


Se recoge el testimonio de Francisco Partaloa, fiscal del Tribunal Supremo de Madrid, y testigo de la represión en las dos zonas: "En la zona nacionalista, era planificada, metódica, fría. [...] En la zona del Frente Popular también se cometieron atrocidades. [...] La diferencia reside en que en la zona republicana los crímenes los perpetró una gente apasionada, no las autoridades". (P. 126).


La producción industrial y agraria en territorio republicano se redujo, casi la mitad en ambos casos respecto a la de tiempos prebélicos. Y los precios "aumentaron un 49.8% en el segundo semestre de 1936 y un 57% en los cuatro primeros meses de 1937". (P. 128).


En una comparativa de Ángel Sánchez Asiaín sobre "la evolución global de la producción industrial (minera, siderúrgica y derivados de minería) entre ambas zonas [...]: en las provincias republicanas, en 1936 la producción bajó al 37.6 del nivel de preguerra, al 29.2 en 1937 y al 28.1 en 1938; en las provincias insurgentes el valor de la producción descendió en 1936 hasta el 70.4 y luego se recuperó hasta el 84.7 en 1937 y al 95.7 en 1938)". (P. 129).


El capítulo octavo se dedica a "El ámbito de la moral de combate en la retaguardia".


El 15 de agosto de 1936, el teniente coronel Juan Yagüe, en "el preámbulo del bando de declaración del estado de guerra emitido tras la cruenta ocupación de la ciudad de Badajoz", indica que: "El Ejército [...] tome a su cargo la dirección del país para entregarlo más tarde, cuando la tranquilidad y el orden estén establecidos, a los elementos civiles preparados para ello". En otro decreto, 25 de septiembre de 1936, se prohibían "todas las actuaciones políticas y las sindicales obreras y patronales de carácter político". "Medida que nunca seria revocada durante los casi cuarenta años de duración del régimen de Franco". (Pp. 137-138).


Se recogen las opiniones de Azaña: "De nada sirve que el Presidente de la República hable de democracia y liberalismo, si al propio tiempo las películas que nuestra propaganda hace exhibir en los cines, acaban siempre con los retratos de Lenin y de Stalin". (P. 141).


En el capítulo noveno se analiza la influencia de la política internacional sobre la guerra civil. En el que se demuestra como la política de no intervención Franco-británica perjudico seriamente los intereses de la República. Mientras los sublevados recibieron apoyo de Alemania, Italia y Portugal, la República contó con la ayuda de Rusia y Méjico, con problemas logísticos evidentes en ambos casos, además de las Brigadas Internacionales, que aportaron unos 35 000 voluntarios.


En el capítulo décimo el autor elige a Juan Negrín como "El rostro humano de un vencido". 


Se recogen las explicaciones de Negrín "de su política de resistencia": "No hay diplomacia posible sin el respaldo de una acción decidida a vender cara su derrota, y se engañan los que esperan ayudas gratuitas aunque se trate de las naciones más amigas y mejor intencionadas. (...) Porque lo que yo he querido siempre es conseguir la paz". (P. 191).


Dos hechos que definen la personalidad de Negrín: Uno es que en 1948 "defendió públicamente (en carta al New York Herald Tribune) la inclusión de España en el Plan Marshall norteamericano". La razón era que "soñar con el restablecimiento de la República a través del hambre y del empobrecimiento de España es un error. (...) Ni con el plan Marshall se le mantiene (a Franco en el poder), ni sin el plan se le echa". Y el segundo el disponer "que a su muerte (...) su familia entregase a las autoridades españolas toda la documentación concerniente al envío de las reservas de oro a la Unión Soviética durante la guerra civil, con el fin de probar que había sido gastado íntegramente en aras del esfuerzo de guerra republicano". (Pp. 193-194).


En el capítulo undécimo el autor elige a Francisco Franco como "El rostro humano de un vencedor".


En el análisis se indica que su etapa africana reforzó "las sumarias convicciones políticas de Franco" y contribuyó "en gran medida a deshumanizar su carácter". Además "aprendió bien las tácticas políticas del 'divide y vencerás' y la eficacia del terror (el que imponía la Legión) como arma militar ejemplarizante para lograr la parálisis y sumisión del enemigo". (Pp. 198-199).


Por último el autor en "Un epílogo abierto" recoge esta acertada frase de Charles de Gaulle: "Las guerras civiles, en las que en ambas trincheras hay hermanos, son imperdonables, porque la paz no nace cuando la guerra termina".


Y una reflexión del autor: "Cualesquiera que sean los graves problemas y hondas tensiones imperantes en una sociedad determinada (como era la española de 1936), el recurso a la guerra civil es una mala 'solución' política amén de una pésima opción humanitaria. Porque ocasiona sufrimientos inenarrables a la población afectada, provoca enormes devastaciones en todos los órdenes de la vida socio-económica, destruye la fibra moral que sostiene unida a toda colectividad cívica y genera un legado de penurias y heridas, materiales tanto como espirituales, que tardan generaciones enteras en ser reparadas y cicatrizadas".

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