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La sanidad envenenada. Antonio Sitges-Serra

Es triste ver cómo se ha envenenado la cuestión de los recortes en la sanidad pública. La sindicalización de los debates ha excluido la colaboración profesional y la crisis no hace sino agravar la desconfianza entre médicos y gestores; desconfianza que viene de lejos y cuyas raíces hay que buscar en el descabezamiento de los liderazgos profesionales y en el guión politizado y electoralista que viene rigiendo la sanidad desde hace dos décadas.

Es triste ver a mis compañeros cirujanos del Hospital de Bellvitge -una joya en la historia de la cirugía catalana- ofrecerse para operar gratis, en un intento desesperado por seguir ejerciendo la profesión que hemos elegido, en la que hemos sido educados con dinero público y por la que se nos remunera. Y fuera del ICS las cosas no están mejor. En la unidad de cirugía endocrina que dirijo en el Hospital del Mar, unidad que recibe gran parte de los casos complejos de cirugía de tiroides y paratiroides de nuestra comunidad, se ha intervenido tan solo a 10 enfermos en las últimas ocho semanas. Y así podríamos ir enumerando ejemplo tras ejemplo.

Desde estas mismas páginas insistí hace tiempo en compatibilizar recortes y reformas, pero, lamentablemente, la batalla sindical contra los primeros parece haber paralizado las segundas. Sugería también que la crisis traía consigo la oportunidad de replanificar un sistema sanitario lastrado por el derroche populista, la mediocracia y la ineficiencia. Pero todo indica que la urgencia económica va a imponerse a la racionalidad y al consenso. O quizá faltan ideas. Por si acaso pudieran aprovecharse, aquí dejo caer algunas.

1. Clausurar los servicios de cirugía de los hospitales de nivel 1 y reubicar los recursos humanos en centros mejor equipados.

2. Complementar esta acción con el cierre del 30% de las casi 70 puertas de urgencias quirúrgicas públicas actualmente operativas. Con ello se reducirían los gastos de personal de guardia y los equipos de urgencias dispondrían de mejores medios de diagnóstico y tratamiento. Esta opción ha sido propuesta en repetidas ocasiones a la Administración y, también en repetidas ocasiones, ha sido maltratada por la burocracia político-sanitaria.

3. Reducir el 70% el uso de alta tecnología quirúrgica limitando el número de procesos y de intervenciones tributarias de instrumentos laparoscópicos. Por ejemplo, podrían eliminarse sin merma alguna de la calidad asistencial las operaciones endoscópicas por apendicitis o hernias y limitar al 10%-20% las operaciones de cáncer de colon. Con ello no solo se ahorraría en instrumental quirúrgico desechable, sino que se reduciría en un 30%-40% la duración de las intervenciones, aumentando con ello la eficiencia de los quirófanos.

4. Limitar los procedimientos de la así llamada cirugía avanzada de alta tecnología a uno o dos centros de nuestra comunidad, debidamente auditados. Se ahorraría en material y se evitaría la yatrogenia (daño causado por los actos médicos) ligada a la innovación descontrolada. La medicina -y la cirugía en particular- sale más cara cuanto peor se ejerce.

5. Olvidarse de la cirugía robótica. Devolver los robots Da Vinci al fabricante y dejar al sector privado que se aproveche del papanatismo de los ricos que deseen pagarse una cirugía que es un mero reclamo publicitario sin coste/beneficio alguno.

6. Reducir la cirugía ineficiente de cánceres de mal pronóstico centralizando los casos en hospitales con un área de cobertura de uno a dos millones de habitantes. De esta manera, se seleccionarían mejor los candidatos a una potencial curación y se desestimarían razonablemente los que tienen pocas opciones.

7. Aprovechar el know how de los expertos para planificar y potenciar unidades de referencia en patologías concretas que serían más eficientes y permitirían trabajar con economía de escala.

8. Economizar en fármacos. Recetar genéricos es más que loable, pero hay que dar un paso más hacia la prescripción conservadora y la limitación del esfuerzo terapéutico, fundamentalmente en las unidades de cuidados intensivos y en los servicios de oncología.

9. Paralizar y en lo posible revertir la construcción de nuevos dispositivos asistenciales. Cerrar los centros que funcionan a medio gas por falta de financiación y reabrir quirófanos de tarde con los recursos así ahorrados.

10. Poner énfasis en la sostenibilidad del sistema, potenciando el reciclaje, insistiendo en el coste/beneficio de nuestras decisiones y corresponsabilizando al ciudadano de su salud mediante un copago razonable y progresivo, al estilo del de los países nórdicos.

11. Descargar el sistema público incentivando el acceso de los ciudadanos con rentas más altas a la sanidad mutual y privada. Esto no significa ir hacia una sanidad de dos calidades, sino evolucionar pragmáticamente hacia una forma indirecta de copago progresivo que ayudaría a mejorar y sostener la calidad de nuestro sistema público.

Y no les cuento las ideas que me quedan en el tintero para adelgazar y profesionalizar la administración sanitaria. Eso, para otro día.

Antonio Sitges-Serra. Catedrático de Cirugía de la UAB.



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