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Arcadi Espada sobre Bildu y las responsabilidades

Arcadi Espada escribe sobre Bildu y las responsabilidades.

Destaco:


Ahora bien. La Ley de Partidos no obligaba a que los representantes de la coalición Bildu se convirtieran de pronto en bellísimas personas racionales. La ley puede impedirles que maten o llamen a matar; pero nada puede hacer respecto a su congénito aire de matones. La ley puede prohibirles la utilización del chantaje para la consumación de sus delirios ideológicos; pero es inútil a la hora de extirpar sus delirios. El cumplimiento de la ley no abolirá su pensamiento mágico; ni su vestimenta cheroqui, para entrar en el territorio metonímico del comentarista González: aunque suene lo mismo, la ley no se ocupa de la parka. Y last but not least, la ley se muestra indiferente ante la posibilidad de que uno cualquiera de esa cuadrilla reconozca ahora qué mierda de vida llevó en lo personal y en lo político, cuando el asesinato era el gentilicio de patria: por ser pulcra, y no meterse en estas alcantarillas, la ley ni siquiera se ocupa, lógicamente, de si miente un corazón Bildu: la ley no se ocupa de vísceras, sino de miembros. De actos.
La insistencia sobre Pascual Sala, el resto de magistrados y los apaleamientos sucesivos del político que pase por allí no es solo un ineficaz atentado contra la lógica. Es un enmascaramiento. Daré un pequeño rodeo. En el número de este mes de la revista Vanity Fair hay un tremendo artículo sobre la crisis griega. Esta, por ejemplo, es su última frase: «Si hubiera justicia en el mundo los banqueros griegos saldrían a la calle a manifestarse contra la falta de ética de la gente de la calle». Aunque más nos interesa a nosotros la concreción de esta otra: «Una nación de gente buscando cómo echar la culpa a otros que no sean ellos». Solo hay un culpable en la nación Bildu: los 276.134 votantes que la apoyaron. De todos y cada uno de ellos fue posible prescindir mientras apoyaban una fuerza ilegal. Y fue legal y legítimo dejarlos sin derecho a voto, como se deja sin voto al encarcelado. A eso se llamó la criminalización de una parte de los votantes y estaba bien dicho, porque se trataba de un electorado que apoyaba crímenes. Pero ahora esa gente (el 12,8 del censo general y el 15,5 del censo de votantes) no puede derogarse. Lo que se puede es combatirlos. Y el primer paso es señalarlos. El respeto sagrado al pueblo es algo muy común y fastidioso entre políticos y periodistas. Algo tiene que ver el comercio. Se prefiere que esos 276.134 pasen como juguetes en manos de jueces o políticos antes que por ciudadanos sujetos a la responsabilidad. Es decir, en ciudadanos que habrían de responder, moralmente, de su apoyo a una coalición de matones, orgullosa de sus crímenes, de un coeficiente intelectual 15M y partidaria de convertir el País Vasco en una suerte de autarquía, donde como dijo aquel Otegi los niños estuvieran todo el día mirando las vacas en vez de perder el tiempo con el inglés y la interné.

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