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Feliz Día de la Tierra por Julian L. Simon.

Traducción de un artículo excepcional de Julian Simon, por Arcadi Espada.


Here in English.


Suscribo todas y cada una de las ideas que se pueden extraer del texto. Siempre tienen más predicamente los agoreros, y nunca, pero nunca, sucede lo que dicen.


Destacar este párrafo:


Todas las afirmaciones que hice en 1970 sobre la tendencia de la escasez de recursos y la limpieza ambiental resultaron ser correctas. Todas las predicciones han sido refrendadas por los acontecimientos. A pesar de que las organizaciones ambientales y la administración Clinton —especialmente el vicepresidente Al Gore, el Departamento de Estado y la Cia— siguen adoptando como doctrina las mismas ideas expresadas por los agoreros de 1970, aunque hayan sido desacreditados por la historia reciente. Y la prensa promociona de forma abrumadora esa postura.




Feliz Día de la Tierra
Por Julian L. Simon.

El 22 de abril [de 1995] marca el 25 aniversario del Día de la Tierra. Hoy, como entonces, su mensaje es espiritualmente edificante. Pero todas las personas razonables que miren las pruebas estadísticas estarán de acuerdo en que las premisas científicas del Día de la Tierra son totalmente erróneas.

En la primera gran Semana de la Tierra de 1970 había pánico. La visión que el público tenía del planeta era absolutamente fatalista. Los ecologistas catastrofistas —de los que Paul Ehrlich era la figura dominante— dieron la alarma: los océanos y los Grandes Lagos se secarían, se verían inminentes hambrunas por televisión al empezar 1975, la tasa de mortalidad crecería rápidamente a causa de la polución, y los precios en aumento de las cada vez más escasas materias primas harían invertir el curso del progreso en la calidad de vida de los últimos siglos.

Los medios pregonaron a los cuatro vientos las malas noticias en titulares y artículos de portada. El profesor Ehrlich estuvo en el show de Johnny Carson dos veces, insólitamente durante todo el programa. Se daban clases por televisión a decenas de miles de estudiantes universitarios.

Para quienes no lo vivieron es difícil imaginar la excitación nacional de entonces. Incluso aquellos que jamás leían un periódico se sumaron a los esfuerzos por limpiar los arroyos, y los patanes más impenitentes se abstuvieron de tirar la basura durante algunas semanas. El crecimiento demográfico era la gran pesadilla.

Todos los males eran resultado de demasiada gente en Estados Unidos y el extranjero. El remedio que pedían los agoreros era el control de la natalidad auspiciado por el gobierno, en el extranjero y en casa.
La tarde antes del Día de la Tierra intervine en un panel en el auditorio a rebosar de la Universidad de Illinois. Los organizadores me habían invitado para «compensar», para demostrar que podían escucharse todos los puntos de vista. Entonces dije las mismas ideas que hoy escribo, incluso algunas palabras son las mismas.

De las 2.000 personas que asistieron, probablemente menos de una docena sacó la conclusión de que lo que decía tenía sentido. Un panelista me tildó de majara religioso, atribuyéndome extrañas creencias, como que el asesinato era el equivalente del celibato. Mi charla de diez minutos enfureció tanto a la gente que dio lugar a una pelea física con otro profesor.

Todas las afirmaciones que hice en 1970 sobre la tendencia de la escasez de recursos y la limpieza ambiental resultaron ser correctas. Todas las predicciones han sido refrendadas por los acontecimientos. A pesar de que las organizaciones ambientales y la administración Clinton —especialmente el vicepresidente Al Gore, el Departamento de Estado y la Cia— siguen adoptando como doctrina las mismas ideas expresadas por los agoreros de 1970, aunque hayan sido desacreditados por la historia reciente. Y la prensa promociona de forma abrumadora esa postura.

Aquí están los hechos: de media, la gente en todo el mundo ha estado viviendo más años y comiendo mejor que nunca antes. Menos gente muere de hambre hoy en día que en siglos anteriores. Los precios reales de los alimentos y de todas las otras materias primas son más bajos ahora que en décadas y siglos anteriores, indicando una tendencia al alza en la disponibilidad de recursos naturales, y no hacia la escasez creciente. La polución del agua y del aire de los países avanzados ha ido disminuyendo, no empeorando.

En resumen, todos y cada uno de los indicadores de bienestar material y medioambiental de Estados Unidos han mejorado en vez de haberse deteriorado. Lo mismo sucede con el mundo considerado en su conjunto. Todas las tendencias a la larga apuntan exactamente en dirección opuesta a los pronósticos de los agoreros. Siempre ha habido, y siempre habrá, excepciones locales y temporales en estas tendencias generales. Por asombroso que parezca, no hay datos que demuestren que las condiciones están en deterioro.

Al contrario, los indicadores demuestran que la calidad de la vida humana ha ido mejorando. Como resultado de la evidencia de la mejoría, y no de la degradación, se ha producido en los últimos años un importante cambio en la opinión científica, alejado de las posturas que los agoreros propugnan. Ahora hay docenas de libros impresos y cientos de artículos en la literatura técnica y popular que reportan estos hechos.

En respuesta a la literatura acumulada que no demostraba una correlación negativa entre el crecimiento de la población y el desarrollo económico, la Academia Nacional de Ciencias (NAS) publicó en 1986 un informe sobre el crecimiento demográfico y el desarrollo económico preparado por un prestigioso grupo académico. Revocaba casi por completo las aterradoras conclusiones del informe previo de la NAS de 1971. El grupo no encontró pruebas estadísticamente cuantitativas de que el crecimiento demográfico dificultara el desarrollo económico, aunque eludió un poco su juicio cualitativo. El informe halló los beneficios de la población adicional, así como los costes. Incluso el Banco Mundial, el gran preocupado institucional por el crecimiento demográfico, informó en 1984 de que la situación mundial de los recursos naturales no ofrecía motivos para limitar el crecimiento de la población.

Una apuesta entre Paul Ehrlich y yo tipifica el asunto. En 1980, el año antes del décimo Día de la Tierra, Ehrlich y dos asociados apostaron conmigo sobre los precios futuros de las materias primas. Calcularíamos la evolución de 1.000 dólares de cobre, cromo, níquel, estaño y tungstenio durante diez años. Yo ganaba si los recursos crecían en mayor abundancia, y ganaban ellos si los recursos se volvían más escasos. En la fecha establecida de 1990, el año antes del vigésimo Día de la Tierra, me enviaron un cheque de 576.07 dólares.

Una sola apuesta es poca prueba, naturalmente. Así que me he ofrecido a repetir la apuesta, y la he ampliado a lo siguiente: Me apuesto el sueldo de una semana, o de un mes, a que casi cualquier tendencia relativa al bienestar material humano irá a mejor en vez de a peor. Se puede escoger la tendencia —esperanza de vida, precio de un recurso natural, algún indicador de polución del aire o del agua, o el número de teléfonos por persona— y se puede elegir el área del mundo y el año futuro en que se hará la comparación. Si gano yo, lo que gane irá a una investigación sin fines lucrativos.

No he sido capaz de cerrar otro trato con un académico agorero de prominencia. Todos siguen advirtiendo del inminente deterioro, pero se niegan a seguir al profesor Ehrlich y predicar con el ejemplo.

Por tanto, probemos con el agorero «oficial» en jefe, el vicepresidente Al Gore. Ha escrito un bestseller, La Tierra en juego, que advierte sobre la supuesta «crisis» de recursos y medio ambiente. A mi juicio, el libro es una colección de clichés tan ignorante y equivocada como cualquier otra cosa que se haya publicado sobre el asunto.

Así que, ¿cómo lo ves, Al? ¿Aceptarías la oferta? ¿Y tu jefe Bill Clinton, que apoya tus iniciativas medioambientales? ¿Podrías traerle a por su parte del pastel?

No es agradable hablar con esta rudeza. Pero la apuesta del desafío es el último refugio del frustrado. Y es muy frustrante que, tras 25 años de que el antipesimismo se haya probado por completo correcto, y que los agoreros se hayan probado equivocados, su credibilidad y su influencia sean mayores que nunca.
Esas son las malas noticias. Las buenas es que existen todas las razones científicas para estar contentos con la evolución de las condiciones de la Tierra, y esperanzados con el futuro de la humanidad, aunque se nos diga falsamente que las perspectivas son deprimentes.

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