Enlaces 06.01.2015

Interview with Nassim Nicholas Taleb. Genevieve Cua
"If you have a master's degree, you won't starve but you won't be phenomenal. Education is good within the family but on the level of the country, the effect dissipates. You need someone to feed the bureaucrats and magistrates.
Demasiada macroeconomía y poca confianza. Eduardo Martínez Abascal
Por último, si hay más empresas nuevas, más ventas habrá y más trabajadores, y también con esto se crea riqueza y mucha. Por tanto hay que facilitar al máximo la creación de nuevas empresas: menos trámites, permisos e historias . Además, si facilitas que las empresas multinacionales gordas se instalen aquí, más ventas y más empleo que se crea.
Alex Epstein: The sustainability myth
Exploring the evidence about mankind’s use of fossil fuels so far, we have seen that the fossil fuel industry is far and away the world leader at producing cheap, plentiful, reliable energy and that that energy has radically increased our ability to create a flourishing society, a more livable climate, and greater environmental quality. On these fronts, so long as we are able to use fossil fuels, the evidence is overwhelming that life can get better and better across the board, as we use fossil fuel technology and other technologies to solve more problems — including those that fossil fuel technology and other technologies create.
Fraser Nelson: Goodbye to one of the best years in history
Prosperity is bringing benefits without trashing the planet. Since 1990, the UK’s greenhouse gas emissions are down, in spite of our economy being about 60 per cent larger – thanks to more efficient technology. Our roads are safer, as well as greener. Traffic deaths are down by two-thirds since 1990, and are lower now than when the Model T Ford was on the road.
Arturo Pérez-Reverte: La guerra que todos perdimos
Lamento las horas perdidas sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo. Eran -son- las historias de cada uno de nosotros: de nuestros padres y nuestras madres y nuestros abuelos. Así pude saber -así sé- del tío Lorenzo, que cruzó el Ebro con diecisiete años y el agua por la cintura, con dos cojones, un máuser en las manos y los dientes apretados, que recibió un balazo y volvió a casa de sargento republicano con dieciocho años, y que nunca cumplió los veinte. Así pude saber de cuando mi abuelo Arturo pasó cuatro horas bajo un bombardeo, pegado a la pared de un polvorín; o de cuando una noche unos milicianos quisieron llevárselo a dar un paseo porque había cenado a la luz de una vela y eso, decían, eran señales para la aviación nacional. O de cuando sus antiguos compañeros de la Armada quisieron fusilarlo por haber permanecido fiel a la República. Así supe de mi madre con doce años llevándole comida a la cárcel a Pencho, mi otro abuelo, y cómo siempre pedía a los carceleros darle la fiambrera en persona, para así verlo un instante entre las rejas de un portillo y contarle a mi abuela que seguía vivo. O de mi tío Antonio que todavía, con setenta tacos largos, llora cuando recuerda el día que le llevó, teniendo trece años, en bicicleta, una tortilla de patatas hecha por su madre a su hermano, cuya brigada pasó un día a treinta kilómetros de Cartagena. O de mi abuela María Cristina paralizada en mitad de la calle en mitad de un bombardeo alemán. O de mi tío Peque, que aprovechaba los ataques aéreos para ir corriendo por las calles desiertas, llenas de cristales rotos, y ponerse el primero en la cola del pan, antes de que la gente saliera de los refugios. O de mi padre, caminando en una de las filas de soldados a uno y otro lado de la carretera, la manta al hombro y el fusil a la espalda, camino del matadero, salvado de casualidad porque un comisario se detuvo junto a él y preguntó quién de aquella fila tenía estudios y sabía escribir a máquina. O del tío de mi madre fusilado porque un vecino era militar, y los del piquete, que eran analfabetos, se equivocaron de piso. O la cajita de lata que siempre conservó, hasta su fallecimiento, mi abuela Juana, con las cartas escritas desde el frente por su hijo muerto, la bala que le sacaron en su primera herida, y el trozo de madera que, a falta de anestesia, apretó entre los dientes mientras le arreglaban el agujero que le hicieron en Belchite.