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Víctima, 26 de mayo: Moisés Cosme Herrero Luengo

Libertad Digital.



Cinco días después del asesinato de los policías Máximo Díaz Bardera y Francisco Rivas López, el 26 de mayo de 1985 la banda terrorista ETA acababa con la vida del inspector de Policía MOISÉS COSME HERRERO LUENGO en Algorta.
Moisés, alcanzado por dos disparos en la cabeza, fue asesinado delante de su hijo de tres años. Ese domingo Moisés había salido a comprar el periódico a la plaza del pueblo acompañado del niño. Cuando regresaban a casa, dos etarras descendieron de un Renault 5 azul matrícula de Bilbao y se acercaron al policía por la espalda. Uno de ellos sacó una pistola que tenía escondida dentro de unos periódicos y le disparó en la nuca. Cuando cayó al suelo, lo remató con otro disparo en la cabeza. Todo ello ocurrió delante de su hijo de tan sólo tres años.
El niño salió corriendo al ver a su padre sin vida en mitad de un charco de sangre y estuvo vagando por las calles de Algorta durante horas. Finalmente fue encontrado por agentes de la Policía Municipal llorando y lejos del lugar del asesinato. En su media lengua, y entre sollozos, el niño sólo repetía "han matado a mi papá, han matado a mi papá".
El asesinato se produjo en el cruce entre la avenida de Algorta y la calle de Alanco, a pocos metros de la gasolinera Goñi, uno de los enclaves más transitados de Algorta, especialmente los domingos. Además, ese día salía del centro de la localidad la carrera ciclista para aficionados de la comunidad autónoma vasca.
El cuerpo sin vida del inspector fue cubierto con una manta. Al lado del cadáver se recogieron dos casquillos de bala del calibre 9 milímetros parabellum marca FN. Los asesinos huyeron por una calle transversal, probablemente en dirección al barrio de Fadura, en la parte baja del pueblo, donde se celebraba una fiesta.
El Renault azul del que descendieron los dos asesinos fue hallado pocos minutos después del atentado aparcado en la calle de Villaondoeta, en el barrio de Villamonte. Un equipo de especialistas en desactivación de explosivos de la Policía Nacional inspeccionó el vehículo antes de retirarlo, en previsión de que pudiera tratarse de un coche bomba.
Los asesinos de Moisés Herrero no han sido juzgados. Sin embargo, según informaciones publicadas por el Ministerio de Interior uno de los autores del atentado fue Félix Ignacio Esparza Luri. El etarra fue detenido en Saint-Paul-les-Dax (Francia) en una operación conjunta de la Guardia Civil y la Gendarmería francesa en abril de 2004. El Tribunal de Apelación de París admitió su extradición a España una vez que hubiese cumplido la condena de 17 años impuesta en Francia. En abril de 2010 fue entregado temporalmente a España para ser juzgado por múltiples atentados.
Por otro lado, informaciones publicadas en prensa señalan también a Francisco Rementeria Barruetabeña, alias Patxi, como presunto autor del asesinato de Moisés. Rementería falleció en agosto de 2000 cuando explotó el artefacto, preparado para cometer un atentado, que transportaba en un vehículo. Un tercer implicado sería Juan Manuel Inciarte Gallardo, alias Buto yJeremías. Este etarra, uno de los más activos entre 1983 y 1985, fue entregado por México a España en agosto de 2009. Llevaba 23 años fugado con otra identidad.
Moisés Cosme Herrero Luengo, de 30 años, estaba casado y tenía  dos hijos de corta edad. Llevaba tres años y medio viviendo en el País Vasco. Estaba destinado en la comisaría de Guecho, localidad en la que vivía con su mujer y sus dos hijos. Era natural de la localidad de Martín Miguel (Segovia), aunque fue enterrado en Juarros de Riomoros, pueblo donde también había vivido muchos años. Moisés había sido policía de la escala básica antes de entrar en el Cuerpo Superior de Policía. Su asesinato, además de romper a una familia, truncó una brillante carrera policial. Tres semanas antes de ser asesinado, el 2 de mayo, había sido felicitado por la Audiencia Territorial de Vizcaya por su trabajo de información y captura de un grupo de narcotraficantes.

Deudas

Arcadi Espada.



  Querido J:
De mis años de trabajo en las redacciones de los periódicos recuerdo vivamente las aberraciones de la especialización. De pronto pareció obligatorio que los periodistas supieran más que sus fuentes. Eso dio origen a situaciones chuscas. Un jefe de la sección de Cultura, por ejemplo, podía encargar una entrevista a un novelista del Soho y el redactor especializado rechazar el encargo porque él no entendía ni de literatura ni de novelas ni de novelistas norteamericanos: su especialidad eran las novelistas de Brooklyn.
Un periodista es un especialista en hechos, y en su relato, y el resto de especializaciones es un asunto secundario que pertenece al capricho de las aficiones. Michael Lewis, editor de Vanity Fair, es la pistola humeante de esta tesis. Ha escrito de béisbol (Moneyball), de fútbol (The blind side), y de las hipotecas subprime (The big short). Qué más da. Hechos diversos que deben traducirse al conocimiento común. Y con las palabras comunes. El médico, el abogado, el cosmólogo o el jugador de béisbol pueden expresarse con sus palabras. Pero el periodista debe hacerlo con las palabras de todos. También en este punto Lewis cumple.
Ahora Deusto acaba de traducir Boomerang, su último reportaje, cosido con fragmentos que ya fue publicando en Vanity. Un viaje a escenarios de la crisis de la deuda, desde Islandia hasta California, pasando por Alemania. Todas las virtudes de su escritura se exhiben en un libro que trata del más largo serial periodístico que Europa vive desde el final de la guerra.  Su reportaje es una prueba de la necesidad de síntesis en la fragmentaria época digital. Y de la necesidad del propio reportaje como género, del periodismo como método y del generalismo como actitud intelectual. Y, sobre todo, Boomerang es una aclaración sobre cuestiones fundamentales de la crisis. La primera, Grecia.«En Atenas experimenté en diversas ocasiones una sensación nueva como periodista: una falta de interés total en un material a todas luces alarmante (…) Sacaba mi bloc y empezaba a escribir lo que me contaban. A los veinte minutos de relatos desconectaba. Sencillamente, eran demasiados.» Habrás visto en mi blog una lista más o menos pormenorizada del alarmante material griego. Se resume en una frase: los griegos no contaban. Ni el Estado ni los ciudadanos. No contaban, es simple. Ha hecho muy bien en titular ese capítuloE inventaron las mates. La pregunta inminente es cómo pudieron vivir sin contar y, sobre todo, sin que Europa les repasara los números. Lewis no da la respuesta, pero te la voy a dar yo, que todo lo puedo. En treinta años de oficio, y hasta de vida sin más adjetivos, he salido muchas veces de edificios públicos y privados vinculados a las finanzas, a la educación, a la justicia, a la política, pensado vaya caos y dudando de que lo acababa de ver o de comprender sobre el funcionamiento de instituciones importantes fuera real. Era real. Habrás tenido también esta experiencia. En efecto: las cosas funcionaban así. Era un milagro. Estoy dispuesto a aceptar que los milagros existen, pero nadie podrá convencerme de que sean duraderos. Cada cierto tiempo el caos pide una cierta purificación. Estamos en la purificación.
El mayor error de Boomerang afecta al capítulo de Alemania. Y es extraño, porque es un error de aprendiz. Lewis estructura sus conclusiones alrededor de lo que cree que es un rasgo del carácter germánico: su afición por la caca, que percibe a cada paso en su léxico y en sus frases hechas. Como catalán me sentí ofendido: que yo sepa, ningún alemán ha puesto caca en la cuna del hijo de dios. Si la afición escatológica no es un rasgo común de la humanidad, como lo es, entonces es puramente catalana, Lewis. El mayor error del libro, sin embargo, coincide en el capítulo con el mayor acierto. Lee: «Durante elboom los banqueros alemanes hicieron lo indecible por ensuciarse. Prestaron dinero a los prestatarios norteamericanos de las subprime, a los magnates islandeses del sector inmobiliario, a los potentados irlandeses de la banca para que hicieran cosas que ningún alemán haría jamás.» Lewis se hace eco de una interpretación sobre la crisis de deuda europea: un intento del Estado alemán de que su bancos recuperen el dinero. Más allá de lo que pueda tener de brote conspiranoico, no me interesa ahora ir por ese lado. Lo que me interesa es cómo continúa el razonamiento de Lewis: «Sin embargo, en su propio país estos banqueros aparentemente dementes se comportaron con mesura. El pueblo alemán no les permitía actuar de otra manera.» O para decirlo más claramente, por la boca de Jörg Asmussen, un alto funcionario del gobierno: «En Alemania no hubo ningún boom crediticio. Los precios de la vivienda no variaron en absoluto. No se solicitaron préstamos para el consumo, porque este comportamiento es totalmente inaceptable en Alemania. El pueblo alemán es así. Lo lleva en los genes. Tal vez sea un resto de la memoria colectiva de la Gran Depresión y la hiperinflación de los años veinte.» Genes aparte, buena parte de los misterios de la crisis están ahí. Y de su explicación objetiva. Me perdonarás el estruendo: pero en ciertas instancias aldeanas llevamos años preguntándonos, respecto de los bancos y el pueblo, si es más maricón el que da o el que toma.
Este gran reportaje es una aproximación empírica a un tema fieramente humano: las deudas. El asunto se puede revestir con todas las conchas macroeconómicas que se quiera: siempre permanecerá un poso individual, de problema intransferible. Lewis vuelve a acertar, y hondamente, en el párrafo que cierra el libro: «Cuando la gente acumula deudas que le resultará difícil y quizá hasta imposible pagar, está diciendo varias cosas a la vez. Está diciendo que quiere más de lo que puede permitirse. Y está diciendo que sus necesidades actuales son tan importantes que para cubrirlas vale la pena ciertas dificultades futuras. Haciendo ese pacto dan a entender que cuando las dificultades futuras lleguen, ya las resolverán. No siempre las resuelven, pero nunca hay que descartar la posibilidad de que lo hagan.»
Esta es la cuestión. La vida está llena de cadáveres de los que no pudieron pagar. Y de estrepitosos triunfadores. El riesgo. También es la cuestión de la Europa de hoy y de la discusión entre austeridad y crecimiento. Una vez Alemania no pudo pagar. Y pagó gravemente. Otros, en cambio, confían. En el descubrimiento, mediante una nueva tecnología o un mero azar, de una nueva fuente de riqueza: en el sol español de los 60 o en la soja argentina de esta década. Y así, en esa confianza, señalan al tiempo como el miserable canalla que debe pagar todas las deudas.
Sigue con salud
A.
(El Mundo, 19 de mayo de 2012)

Las transiciones son lentas, y la egipcia también

Jordi Pérez Colomé.



Egipto supo ayer los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Ganó el candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi, de 60 años (a la derecha en la foto), pero no logró el 50 por ciento de votos necesarios para evitar una segunda vuelta.

Su rival será Ahmed Shafiq, de 70 años, ex ministro de Aviación Civil durante la última década de Mubarak y primer ministro desde el inicio de la revolución. Shafiq, como Mubarak, fue piloto y comandante en el ejército del aire egipcio. La segunda vuelta será el 16 y 17 de junio; si nada falla, estaré en Egipto para verla.


El resultado es un desastre para los jóvenes liberales que promovieron la revolución. Es la peor situación posible: Hermanos contra régimen es un enfrentamiento de hace décadas, como si la revolución no hubiera ocurrido. Es una prueba de que son las dos fuerzas mejor asentadas.

Aunque no había ningún candidato que reuniera todas las condiciones ideales, cualquier otro hubiera sido mejor: el secular de izquierdas Hamdeen Sabahi, que quedó tercero con una campaña limitada, pero con un eslogan resultón -”uno de nosotros”-; el islamista moderado Abul Fotouh o el miembro del antiguo régimen, pero más liberal Amr Musa.

Anoche, el líder del partido político de los Hermanos, Esam El-Erian, dijo que “la nación en peligro” será su eslogan electoral y convocó una reunióncon el resto de candidatos para hacer un frente común frente a Shafiq: la revolución contra el antiguo régimen. Los dos candidatos pueden elegir ahora a sus vicepresidentes. En esa selección pueden acercar a sectores que se sienten ahora abandonados. Los votantes que se han quedado sin opciones pueden cambiar su voto a cambio de promesas firmes.

La campaña de la segunda vuelta presidencial será un esfuerzo de los dos candidatos por pintar lo terrible que sería que ganara el otro: el miedo al regreso al pasado y el miedo al islamismo -”las fuerzas oscuras”, como las llama Shafiq. No parece que vayan a ser días de calma y unidad nacional.

¿Para esto se ha hecho una revolución?, me han dicho varias veces en twitter.


Parece que sí. La democracia es imprevisible. La mejor noticia durante la campaña es que por primera vez en Egipto nadie sabía quién iba a ganar. Ningún expertos acertó los dos nombres: era más fácil adivinar a Mursi porque, aunque es un político soso, su partido había arrasado en las parlamentarias; por fuerza debía sacar un resultado razonable.

El derecho a equivocarse es parte del juego democrático. Desde fuera la elección siempre se ve clara –todos sabemos siempre quién es el bueno y quién es el malo–, pero desde dentro las preocupaciones eran otras: la economía y la estabilidad.

Los dos candidatos que daban más certezas en los dos campos son los que han ganado. Eran también los dos políticos que mejor representaban sus posiciones. Los otros tres favoritos aspiraban a un centro que en Egipto está aún por construir.

A pesar de que no haya habido hasta ahora noticias de pucherazo, es obvio que a estas alturas la democracia egipcia no es ejemplar. La comisión electoral no admite recursos y permitió que participaran miembros del antiguo régimen, como Shafiq, cuando según una nueva ley del Parlamento no debía ser posible. También hay sospechas de compra de votos.

Pero el juego político hizo cambiar a todos: los Hermanos Musulmanes prometieron que no presentarían a un candidato presidencial y han acabado ganando. Es probable que no se fíen del poder limitado que por ahora tiene el Parlamento. Su visibilidad es también un peligro. Si Egipto no remonta, la culpa será solo de ellos.

En las elecciones parlamentarias, los islamistas -Hermanos y salafistas- sacaron el 70 por ciento. Mursi por tanto debería ganar. Pero en las legislativas, los partidos del antiguo régimen no lograron nada y esta vez su candidato ha quedado el segundo. Algo ha cambiado, así que puede haber más sorpresas. La menor participación ha favorecido también a los ganadores.

La posible división entre los liberales puede darle algún voto a Mursi. Hay un grupo de votos ahí -sobre todo los que se ha llevado Sabahi- que están por asignar. La elección entre dos males llevará a muchos a considerar que Mursi es la opción menos mala. Aunque para algunos no hay duda.Shafiq es parecido a votar a Mubarak. Egipto lleva 60 años con esa prueba:


Por supuesto, un presidente, un gobierno y un Parlamento de los Hermanos Musulmanes no es algo que pueda celebrarse. Muchos temen que impongan leyes islámicas restrictivas. Es un riesgo que ahora mismo habrá que correr: los votantes de los Hermanos también son parte de Egipto y la democracia es aceptar su opinión.

Las alternativas son también poco prometedoras. La revolución ha sacudido los fundamentos de la sociedad egipcia, pero los egipcios no han cambiado en un año y medio.