España, capital Madrid por César Molinas


Detalle de Madrid en 1561. vista del real Alcázar de lso Austrias, residencia de Felipe II en Madrid / ALBUM ORONOZ



Desde muy antiguo, los humanos eligieron para establecerse lugares próximos al mar o a ríos navegables. La razón principal era el transporte: en ausencia de autopistas, ferrocarriles y aeropuertos, el agua ofrecía el medio de transporte más rápido, barato y seguro. Como no podía ser de otra manera, junto a las mercancías navegaban también las compañeras inseparables del comercio: las ideas y las innovaciones. Las principales capitales europeas —Londres, París, Berlín, Roma, Viena, Budapest, Moscú…— tienen acceso inmediato al transporte marítimo o fluvial. La excepción es Madrid, que, sita en un altiplano, está a varios centenares de kilómetros del agua navegable más cercana. La villa del Manzanares tiene otra característica geográfica relevante: con 655 metros de altura media, Madrid está más alta que Berna o que Vaduz. Es, después de Andorra la Vella, la capital más alta de Europa, dato que ilustra bien la penosa dificultad de sus accesos.
 ¿Quién tuvo la ocurrencia de situar la capital en un lugar de geografía tan adversa? La historia cuenta que fue Felipe II, atendiendo al consejo de su padre de que estableciese una capital fija. A priori, el Austria tenía tres posibilidades obvias: Sevilla, Lisboa y Barcelona. La última se descartó, probablemente, por razones políticas, porque, tras el aplastamiento de la revuelta de los comuneros, el rey tenía mucho más poder en el reino de Castilla que en el de Aragón. Lisboa podía parecer de incorporación demasiado reciente. ¿Y Sevilla? ¿Por qué, en plena empresa americana, no se estableció el monarca en Sevilla? Especulando con la psicología de un personaje que, puestos a instalarse en el centro de la Península, decidió hacerlo no en Toledo, sino en Madrid —a la sazón, tercera población de Castilla, pero que no tenía obispo—, puede aventurarse que Felipe II no quería tener cerca a nadie que pudiera hacerle algo de sombra, hipótesis esta avalada por el hecho de que, no satisfecho con la soledad del páramo madrileño, el soberano decidió encaramarse al risco de El Escorial, en donde aún reposan sus restos.

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