Somos una economía tóxica para la inversión

por Juan Ramón Rallo.

Como si de un concertado ritual se tratara, siempre que aparecen malos datos de Contabilidad Nacional todos los medios de comunicación buscan al unísono un chivo expiatorio: las caídas del consumo y del gasto público. Fatal diagnóstico que traslada a la población una idea profundamente equivocada de cuáles son nuestros problemas actuales: no una atonía de los impulsos gastadores de nuestras familias o Administraciones Públicas sino una absoluta renuencia de los capitalistas nacionales y extranjeros a invertir en nuevos sectores económicos que sustituyan a la construcción como una de las patas de la actividad.


No hay que gastar más, sino menos
Empecemos por los fríos datos: lo que se ha desplomado desde el punto más alto de la burbuja inmobiliaria hasta hoy no ha sido el consumo, sino de manera alarmante el gasto en inversión. En junio de 2012, el gasto en consumo apenas era un 1,2% menor que a comienzos de 2007, mientras que el gasto en inversión se había desplomado un 35,3%. Paralelamente, el único componente que ha tenido un buen comportamiento y que ha permitido contener algo la destrucción de empleo han sido las exportaciones, que ya se sitúan casi un 10% por encima del nivel alcanzado en ese momento.
Los habrá que, obsesionados con el architípico mensaje subconsumista de toda la vida, crean que ha bastado una caída del 1% del consumo para motivar un desplome del 35% en la inversión. Nada más lejos de la realidad: aunque nos hayan contaminado los oídos con que el consumo es el motor de una economía, lo contrario es más bien cierto. Las sociedades más pobres del planeta son aquellas donde el 100% de la renta se consume y donde, por consiguiente, no queda margen alguno para ahorrar e invertir en mejoras del equipo de capital que incrementen la riqueza y la productividad de esa economía. La base del capitalismo es el capital, esto es, el ahorro y la inversión, no el consumo.
¿Por qué la reducción de un 1% en el gasto en consumo es básicamente irrelevante para el conjunto de la economía (no quiero decir que sea irrelevante para aquel empresario cuyas ventas se hayan desplomado, claro)? Porque, aun cuando el consumo caiga, las empresas no tendrían por qué reducir su ritmo de inversión. A corto plazo, pueden seguir dos estrategias muy lógicas: o invertir en bienes de capital que les permitan reducir sus costes unitarios de producción (de modo que, aunque vendan menos bienes que antes, como obtienen un mayor margen de ganancia por producto, sus beneficios no se reducen) o invertir en bienes y servicios que demanden no los españoles, sino los extranjeros.
Potenciar la exportación
Esto último es lo que en parte han tratado de hacer las empresas españolas en los últimos años (de ahí que las exportaciones hayan crecido) y lo que sin duda necesitaba nuestra economía. En los años 2006 y 2007, el conjunto del país se endeudó en más de 100.000 millones de euros (el 10% de nuestro PIB) con el exterior para poder gastar mucho más de lo que producíamos. Ahora toca pagar esas deudas pasadas produciendo más de lo que gastamos, esto es, vendiendo al extranjero más de lo que compramos del extranjero (acumulando superávits exteriores).
Por desgracia, aunque no lo hemos hecho del todo mal en esta rúbrica –nuestro déficit exterior se ha reducido del 10% al 3% del PIB– no lo hemos hecho tan bien como necesitábamos para absorber el shock de la contracción crediticia, del desplome de la construcción y de la masiva destrucción de empleo. Que las exportaciones crezcan un 10% no basta para recolocar a toda la mano de obra y a todos los otros factores productivos que se han quedado desempleados desde el estallido de la burbuja. En otros países, como Estonia, Letonia o Lituania, las exportaciones se han disparado un 50% desde los niveles de 2007, permitiéndoles volver a crecer con fuerza y a reducir intensamente sus índices de paro. En España nos hemos quedado en un crecimiento del 10%, ¿por qué? Pues porque las empresas no han invertido lo suficiente en crear nuevas industrias exportadoras, tal como ilustra que la formación de capital sea en 2012 un 35% inferior a la de 2007. ¿Y por qué? Pues aquí reside el núcleo de la cuestión.
En España no invierte ni el Tato
Si creemos (erróneamente) que nuestra crisis se debe a que las familias y las Administraciones Públicas no consumen lo suficiente, entonces las recomendaciones de política económica que efectuaremos serán las de paralizar la política de recortes y las de evitar cualquier ajuste salarial a la baja que pueda perjudicar aún más el consumo. Si, en cambio, somos conscientes de que el hundimiento de nuestra economía se debe a que en este país no quiere invertir ni el Tato –de hecho, el capital está saliendo por puertas­– para crear una nueva industria exportadora que venda mucho más al extranjero y nos permita amortizar nuestro excesivo endeudamiento pasado, las sugerencias serán muy distintas: habrá que estabilizar macroeconómica la situación (despejando el miedo a la suspensión de pagos del país y a que salgamos del euro) y habrá que crear un ambiente amigable con la creación de empresas.
Para lo primero, será necesario profundizar en el ajuste del gasto público (y no de unos impuestos que sólo machacan al sector privado); para lo segundo, habrá que liberalizar los mercados y permitir que aquellos salarios (y otros costes empresariales, como los inmuebles o la electricidad) que tengan que caer caigan cuanto tengan que hacerlo, y que aquellos otros que deban subir, hagan lo propio. Sólo así los empresarios podrán componer planes de negocio en los que ganen dinero (¡anatema!) y que, en consecuencia, les induzcan a invertir. En Lituania, por ejemplo, los salarios de la construcción llegaron a caer un 40%, al tiempo que los de la industria de nuevas tecnologías subían el 10%: no se trata, pues, de que caigan todos los salarios, sino sólo aquellos cuya productividad es mucho más baja que el coste salarial corriente.
Hay que producir más de lo que gastamos 
Nada de esto, obviamente, se está haciendo en España: políticos y grandes sectores de la sociedad prefieren seguir viviendo del crédito, esto es, gastando mucho más de lo que producen. No se dan cuenta (o no quieren darse cuenta) de que las deudas acumuladas insosteniblemente siempre terminan estallando. A nosotros ya nos han cerrado el grifo. Por eso, si no queremos impagar nuestras deudas, si queremos empezar a amortizarlas y a crecer sana y sólidamente, hemos de comenzar a producir más de lo que gastamos: toca generar y atraer ahorro que desee ser invertido en nuestro país (ya sea en exportaciones o, en menor medida, en productos que sustituyan a importaciones). Es decir, toca acreditar que España es un entorno seguro y rentable en el que invertir a largo plazo sin verse rapiñado por impuestos, costosas regulaciones, devaluaciones y conflictos sociales.
Todo lo contrario a lo que han hecho PP y PSOE en cuatro años: por eso el capital sale del país y más de un tercio de toda la inversión se ha volatilizado. Nos hemos convertido en una economía tóxica por culpa del asfixiante intervencionismo político.

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