Museo civil

por Arcadi Espada.

El turismo político me interesa. No me refiero, desde luego, al repulsivo turismo del ideal, en la feliz descripción de Ignacio Vidal-Folch. Ni tampoco al turismo puramente histórico. El turismo político es, por así, decirlo, caliente: alude a sucesos que no son ni moral ni técnicamente remotos y tiene tanto interés lo que cuenta como la forma de contarlo. He hecho un poco de ese turismo por Centroeuropa. En Budapest, y su impresionante Casa del Terror; en Cracovia, con el imaginativo museo instalado en la antigua fábrica Schindler, y sobre todo en Berlín, que es la meca mundial del turismo político, con el Museo del Holocausto, la Topografía del Terror hitleriano, el Museo del Muro y el Museo de la Stasi, la policía política de la Alemania comunista. En todos esos lugares hay asuntos que discutir. Y el principal: cómo una generación se apodera del pasado. Y cuáles son sus ceremonias. Las de Cracovia, Schindler al margen, me parecieron un poco brutales desde el punto de vista del comercio. No sólo es que ofrecieran tours del comunismo, que incluían conducir un Trabant odisparar con kalashnikov. Lo máximo eran los carteles que incitaban a visitar Auschwitz con el reclamo de una puesta de sol sobre las alambradas: el campo de exterminio se ofrecía bañado por el mismo almíbar retórico que el Taj Mahal o la Tour Eiffel.
Sorprendentemente, y después de ser uno de los iconos políticos del siglo XX, la guerra civil española no tiene museo. Ha habido iniciativas en Teruel, en Salamanca, y seguramente en otros lugares. No han prosperado. Hay algunos pequeños museos, locales, como el de Cartagena. Pero cuando un extranjero viene a España en busca de la guerra civil, no encontrará nada más informativo que la Wikipedia de su móvil. Y en la trama urbana de Madrid, capital del dolor, el viajero no tendrá siquiera la posibilidad de seguir el antiguo frente, en contraste con lo que encuentra en Berlín, donde con tanta inteligencia y sutileza la línea del muro ha sobrevivido a su derrumbamiento.
Las causas de esta ausencia española son diversas. Pero el resumen de todas ellas la encuentro en el frontispicio web del museo de Harrisburg, el más importante y global de la miríada de museos americanos sobre su guerra civil. Dice: «La representación es ecuánime, centrada en lo humano, sin inclinarse por la causa de la Unión o de la Confederación.» Es interesante. Sin inclinarse. Una guerra civil se acaba cuando entra en el museo.
(El Mundo, 26 de junio de 2012)

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