Las transiciones son lentas, y la egipcia también

Jordi Pérez Colomé.



Egipto supo ayer los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Ganó el candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Mursi, de 60 años (a la derecha en la foto), pero no logró el 50 por ciento de votos necesarios para evitar una segunda vuelta.

Su rival será Ahmed Shafiq, de 70 años, ex ministro de Aviación Civil durante la última década de Mubarak y primer ministro desde el inicio de la revolución. Shafiq, como Mubarak, fue piloto y comandante en el ejército del aire egipcio. La segunda vuelta será el 16 y 17 de junio; si nada falla, estaré en Egipto para verla.


El resultado es un desastre para los jóvenes liberales que promovieron la revolución. Es la peor situación posible: Hermanos contra régimen es un enfrentamiento de hace décadas, como si la revolución no hubiera ocurrido. Es una prueba de que son las dos fuerzas mejor asentadas.

Aunque no había ningún candidato que reuniera todas las condiciones ideales, cualquier otro hubiera sido mejor: el secular de izquierdas Hamdeen Sabahi, que quedó tercero con una campaña limitada, pero con un eslogan resultón -”uno de nosotros”-; el islamista moderado Abul Fotouh o el miembro del antiguo régimen, pero más liberal Amr Musa.

Anoche, el líder del partido político de los Hermanos, Esam El-Erian, dijo que “la nación en peligro” será su eslogan electoral y convocó una reunióncon el resto de candidatos para hacer un frente común frente a Shafiq: la revolución contra el antiguo régimen. Los dos candidatos pueden elegir ahora a sus vicepresidentes. En esa selección pueden acercar a sectores que se sienten ahora abandonados. Los votantes que se han quedado sin opciones pueden cambiar su voto a cambio de promesas firmes.

La campaña de la segunda vuelta presidencial será un esfuerzo de los dos candidatos por pintar lo terrible que sería que ganara el otro: el miedo al regreso al pasado y el miedo al islamismo -”las fuerzas oscuras”, como las llama Shafiq. No parece que vayan a ser días de calma y unidad nacional.

¿Para esto se ha hecho una revolución?, me han dicho varias veces en twitter.


Parece que sí. La democracia es imprevisible. La mejor noticia durante la campaña es que por primera vez en Egipto nadie sabía quién iba a ganar. Ningún expertos acertó los dos nombres: era más fácil adivinar a Mursi porque, aunque es un político soso, su partido había arrasado en las parlamentarias; por fuerza debía sacar un resultado razonable.

El derecho a equivocarse es parte del juego democrático. Desde fuera la elección siempre se ve clara –todos sabemos siempre quién es el bueno y quién es el malo–, pero desde dentro las preocupaciones eran otras: la economía y la estabilidad.

Los dos candidatos que daban más certezas en los dos campos son los que han ganado. Eran también los dos políticos que mejor representaban sus posiciones. Los otros tres favoritos aspiraban a un centro que en Egipto está aún por construir.

A pesar de que no haya habido hasta ahora noticias de pucherazo, es obvio que a estas alturas la democracia egipcia no es ejemplar. La comisión electoral no admite recursos y permitió que participaran miembros del antiguo régimen, como Shafiq, cuando según una nueva ley del Parlamento no debía ser posible. También hay sospechas de compra de votos.

Pero el juego político hizo cambiar a todos: los Hermanos Musulmanes prometieron que no presentarían a un candidato presidencial y han acabado ganando. Es probable que no se fíen del poder limitado que por ahora tiene el Parlamento. Su visibilidad es también un peligro. Si Egipto no remonta, la culpa será solo de ellos.

En las elecciones parlamentarias, los islamistas -Hermanos y salafistas- sacaron el 70 por ciento. Mursi por tanto debería ganar. Pero en las legislativas, los partidos del antiguo régimen no lograron nada y esta vez su candidato ha quedado el segundo. Algo ha cambiado, así que puede haber más sorpresas. La menor participación ha favorecido también a los ganadores.

La posible división entre los liberales puede darle algún voto a Mursi. Hay un grupo de votos ahí -sobre todo los que se ha llevado Sabahi- que están por asignar. La elección entre dos males llevará a muchos a considerar que Mursi es la opción menos mala. Aunque para algunos no hay duda.Shafiq es parecido a votar a Mubarak. Egipto lleva 60 años con esa prueba:


Por supuesto, un presidente, un gobierno y un Parlamento de los Hermanos Musulmanes no es algo que pueda celebrarse. Muchos temen que impongan leyes islámicas restrictivas. Es un riesgo que ahora mismo habrá que correr: los votantes de los Hermanos también son parte de Egipto y la democracia es aceptar su opinión.

Las alternativas son también poco prometedoras. La revolución ha sacudido los fundamentos de la sociedad egipcia, pero los egipcios no han cambiado en un año y medio.

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