El Tam Tam de Tim Tim

Carlos Rodríguez Braun.


Hace poco, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Tim Geithner, prestó atención a nuestro país y, ante el gozo del pensamiento único, aseguró que la raíz de nuestros males es privada: “Hubo un gran aumento de los préstamos privados en el sistema bancario y la deuda en manos del sector privado. Cuando la crisis golpeó y la confianza se erosionó, la posición fiscal se deterioró rápidamente. Pero la causa fundamental de la crisis no fue un largo periodo de extremo despilfarro fiscal”. Este es el Tam Tam de Tim Tim.
Su estrategia de exculpar al sector público es cuestionable. De entrada, hablar de exceso de endeudamiento privado como si el crédito fuera resultado de decisiones libres de ahorro e inversión sin intervención administrativa alguna es un disparate. Si empresas y particulares se endeudaron en exceso, y por tanto invirtieron mal, eso no puede disociarse del hecho de que el precio del crédito fue artificialmente abaratado por unas instituciones públicas y monopólicas llamadas bancos centrales.
Pero esto no arredra a Tim Geithner, que no por casualidad fue presidente de la Reserva Federal de Nueva York; tampoco es casualidad que propugne la teoría conforme a la cual la crisis se debió a la desregulación financiera y la llamada “banca en la sombra”, teoría más que dudosa, como ha señalado Juan Ramón Rallo (“No fue el shadow banking”, Instituto Juan de Mariana, http://goo.gl/0uz5d). En efecto, Rallo apunta que grandes bancos comerciales tuvieron problemas parecidos a los de la banca de inversión, por no hablar de los tropiezos del sistema financiero español, que no padeció esa llamada banca en la sombra.
Además, la supuesta ausencia de derroche fiscal es también rebatible. Los políticos disfrutan con argumentos como el del Tam Tam de Tim Tim, y en nuestro país el deplorable Smiley defendió su paso por el Palacio de la Moncloa entre 2004 y 2011 alegando que hasta el estallido de la crisis el déficit y la deuda pública se contuvieron. La excusa es sólo aparentemente eficaz, por tres razones: primera, la propia burbuja lleva aparejado un crecimiento económico que facilita esa contención; segunda, el irresponsable tándem Solbes-Smiley aumentó el gasto público por encima del crecimiento del PIB; tercera, no vale aducir que ese aumento era financiable, porque lo era en las circunstancias especiales de entonces, pero un análisis de la dinámica del sector público habría aconsejado escuchar a las voces que entonces pedíamos mucha más contención advirtiendo sobre la posibilidad del fin de la fiesta, y recordando la débil elasticidad a la baja del gasto público.
Pero nada, el Tam Tam de Tim Tim sigue adelante, se mantiene y se bifurca en nuevos bulos, como que es imprescindible y abnegado aumentar el gasto para “equilibrar” crecimiento y austeridad, o potenciar mecanismos varios de aumento aún mayor de la deuda pública, despreciando todo impacto del estilo crowding-out.

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