Dios se apareció en Oleiros

Arcadi Espada.



   Querido J:
Parece probable que el sentido auténtico de la visita del Papa a Cuba haya sido recoger de sus mismos labios la última confesión del dictador Castro. No se le ve otro a una visita que ha eludido cualquier gesto, puramente cristiano,con la oposición y que ha dejado en el limbo de una genérica necesidad de cambios en el mundo [¡sic!] los cambios concretos, desesperados que necesita Cuba. Poco antes de la visita, Irene Hdez. Velasco escribió una buena crónica en este periódico donde te echo las cartas sobre la posibilidad de que Castro aprovechara el viaje del Papa para anunciarle su conversión al catolicismo. Si lees la crónica no perderás el tiempo; pero mucho menos si la lees bajo el esplendor de apocalipsis de las fotos de Castro con el Papa. Míralas.
El dictador va vestido con una suerte de gabán oscuro (un chándal de su colección han dicho) que aliado con sus barbas de chivo y su decrepitud enferma le dan un aspecto canónico de místico. Frente a él, el níveo Papa, ligeramente inclinado, con expresión afectuosa, parece que va a recoger de esos labios temblorosos, en efecto, la confesión inminente. Son dos viejos de más de 80 años, cerca ya de la gracia definitiva de Dios.
Sin embargo, hay algo en la crónica y en la consiguiente interpretación del encuentro sobre lo que dudo. Acepto que la conversación entre Castro y el Papa fuera eminentemente religiosa, e incluso la posibilidad de que supusiera una suerte de solemne y postrero examen de conciencia del dictador. Pero dudo que pueda hablarse cabalmente de conversión. Y no por los orígenes, nítidamente conservadores, terratenientes y religiosos de la familia Castro. Sino por la razón contundente de que Castro declaró hace tiempo que creía en Dios. Y no sólo en Dios, sino en su caballo blanco. Sé que la declaración se produjo en julio de 1992, y en el reino de Galicia.
Te preguntarás por mis poderes. No hay misterio. Todos se derivan de una noticia en verdad singular. Se titula Fraga y Fidel, sin embargo, pero yo preferiré llamarla F/F. Una película de Manuel Fernández-Valdés, que he podido ver en primicia. Al principio aparecen unos silenciosos títulos de crédito que vale la pena que te transcriba, porque son todo el sentido. El expuesto, no el derivado:
«El padre de Fidel Castro era gallego. A principios del siglo XX emigró a Cuba y no regresó. El padre de Manuel Fraga era gallego. A principios del siglo XX emigró a Cuba y sí regresó».
«Fidel Castro gobernó la República Socialista de Cuba de 1959 a 2008. Manuel Fraga gobernó la comunidad autónoma de Galicia de 1990 a 2005».
«Fidel Castro fue a Galicia los días 27 y 28 de julio de 1992. Allí visitó la casa donde nació su padre, en el municipio de Láncara. Manuel Fraga fue a Cuba en septiembre de 1991. Allí visitó la casa donde vivió con sus padres cuando tenía tres años, en el municipio de Manatí».
«En Cuba, Fidel Castro recibió a Manuel Fraga con honores de jefe de Estado. En Galicia, un año después, Manuel Fraga quiso corresponder a Fidel Castro y le preparó una agenda cargada de paseos, homenajes y celebraciones».
«Esas 48 horas de cortesía son el motivo de esta película».
Respecto a esta última frase hay que decir mucho más. Del mismo modo que la mente no es un producto del cerebro, sino que es el cerebro, esas 48 horas no son el motivo de la película, sino la propia película. El autor reunió primero todos los testimonios gráficos que quedaban de esos días. Bastantes y muchos de ellos puramente indescriptibles. Luego, armado con ellos y una poderosa inteligencia, volvió al lugar de los crímenes. Y fue narrando el viaje con una voz aniñada, estupefacta, que es el ojo sinestésico del espectador. Tengo el privilegio de decirte que la película es un producto superior. Parece que la haya hecho un checo. El hijo checo de Fraga Iribarne, eso es. Hay una gran cantidad de escenas asombrosas. Y lo que tienen es que fueron rodadas sin asombro: la gran virtud es que el chico Valdés mira igual, con la misma tranquila degeneración, que el nodo de la televisión de Galicia. Así pueden salirle momentos como el de ese anciano cantor, aún vivazmente revolucionario, que dice que se volvió de la Cuba socialista porque para trabajar con pico y pala ya lo hacía aquí.
Pero si traigo aquí este trabajo soberbio es por un fragmento del discurso que Castro pronunció en Oleiros, un municipio «próspero, residencial y revolucionario», con su avenida Che Guevara y su Banco Santander, la zona «rojo pasión» del joven Valdés. Estaba viendo cómo enfilaba el comandante los últimos minutos de la tenida cuando hablando de la mezcla cubana de indios, españoles y africanos dijo: «Es lo que nos dio Dios para los creyentes. Es lo que nos dio Santiago hace 2.000 años. Es lo que queremos seguir siendo y parte del alma de ustedes. Eso, y parte del alma de España. Y parte del alma de Galicia. Debemos seguir siendo parte de ustedes y queremos seguir siendo acreedores al cariño de ustedes, queremos seguir siendo acreedores al privilegio y a la solidaridad de ustedes. Por eso decimos ¡patria o muerte, venceremos!». Y en la película se oye caer enseguida un líquido de gaitas.
Vi esa escena antes del viaje papal a Cuba, antes de que se pregonara la supuesta conversión. Escuchar a Castro hablando de Dios, del apóstol Santiago y del alma era tan sólo la parte del aura del viejo corrido, patria o muerte venceremos.
Es un tópico imperial hablar de las historias que exhiben «violentos contrastes». Ésta de Fraga y Fidel es todo lo contrario: una violenta identificación. Una muy posmoderna (sin ofender) disolución de los límites. El joven Valdés que, advirtámoslo, nunca se recrea en la suerte, cuenta en un momento que a los actos de homenaje a Fidel asistió algún militante del terrorismo gallego que años antes, y por el claro impulso de su fe marxista, había participado en la voladura de la casa de verano de Fraga, en Perbes. Desencriptado: aquel al que quiso matar le traía ahora al comandante. No sólo eso, meiga: el comandante no se cansaba de alabar a su anfitrión, de darle las gracias, de beber queimada y de jugar al dominó. Una juventud volada para eso.
F y F creían en Dios. Ahí va mi apuesta. No hay un dictador ateo.
Sigue con salud
A.
(El Mundo, 7 de abril de 2012)

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