Cuestión de confianza

Carlos Rodríguez Braun.



Se suponía que los mercados exigían medidas de política económica en tres campos: el sistema financiero, la hacienda pública y las reformas estructurales. Las autoridades españolas las han acometido, y sin embargo los mercados no están satisfechos, cae la Bolsa y la prima de riesgo vuelve a las andadas y a las subidas. ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué más necesitan los mercados para recuperar la confianza en España?
A pesar de la demagogia antropomórfica que sostiene lo contrario, lo que pasa en los mercados no es producto de manejos de personas concretas con objetivos y poder, como los políticos. No podemos ponerlos en el mismo saco, que es precisamente lo que hacen tantos gobernantes e intérpretes simplificadores de la realidad. Identificar mercados y gobiernos no sólo es falso sino además peligroso, porque justifica la retórica populista hasta prácticamente cualquier extremo, en términos que amparan el intervencionismo político y legislativo como si fuera siempre defensa de la comunidad frente a los inicuos ataques de malvados individuos concretos en forma de los mercados, los especuladores, el gran capital, etc.
No hay tal cosa. Los mercados son la resultante de las acciones diferentes e incluso contradictorias de un número indefinido pero amplísimo de personas que con libertad deciden, individualmente o a través de agentes que individualmente designan, qué hacer con su dinero y sus ahorros en un amplio abanico de plazos y condiciones, según sean su aversión al riesgo y sus preferencias. Así, los mercados no son un reducido grupo de individuos codiciosos e inescrupulosos, como los que vemos en las películas sobre la crisis, que se lucran con el mal de la Nación, sino la consecuencia de las decisiones de millones de mujeres y hombres que quieren sacarle partido a sus ahorros, y sobre todo no quieren perderlos.
Por consiguiente, antes de echarles la culpa de nuestras desgracias, haríamos mejor en intentar entender esas decisiones, que se concretan en la falta de confianza en los activos y la deuda de nuestro país. ¿Tiene lógica esa falta de confianza? No lo sabemos exactamente, por supuesto, pero podemos intentar encontrarla sin caer en fantasiosas teorías conspirativas.
Veamos, pues, las tres áreas en las que se ha movido el Gobierno. La reforma financiera ha sido aparentemente correcta, y el sistema ha sido modificado de manera visible. Todo indica que aquí la confianza debería haberse consolidado. Sin embargo, hay cuestiones que pueden oscurecer el panorama, desde la falta de crecimiento y los resultados de las nuevas regulaciones hasta los balances de los bancos, que quizá no hayan sido saneados del todo en términos de riesgo inmobiliario y que se han ido cargando de un nuevo activo potencialmente peligroso: la deuda pública.
El segundo frente son las medidas fiscales. Aquí también los resultados pueden ser ponderados con matices, puesto que la contención del gasto público va en la buena dirección, mientras que las subidas de los impuestos y de la deuda claramente van en sentido contrario, como va el desacuerdo entre las diversas Administraciones Públicas a la hora de poner sus cuentas en orden. A largo plazo, el desconcierto de las autoridades del PP a propósito del Estado del Bienestar es similar al de las demás fuerzas políticas, porque todos quieren defenderlo pero eso no basta para solventar su sostenibilidad económica y financiera, y a la postre política. En el futuro, si eso no se arregla, la situación podrá desembocar en un escenario perturbador para los gobernantes, a saber, uno en el que la rentabilidad política del gasto público en el Estado del Bienestar pueda caer por debajo del coste político de recaudar los impuestos necesarios para financiarlo.
Por último, el tercer campo de las medidas del Gobierno han sido las reformas llamadas estructurales. No parece razonable argumentar que son equivocadas y que aumentan el intervencionismo en nuestros mercados, obstaculizando así el crecimiento de la economía y el empleo. Más bien es cierto lo contrario. ¿Es, por tanto, irracional que las personas que invierten en España planteen una “cuestión de confianza” ante las reformas de nuestros gobernantes? No, no lo es, porque siempre cabe la posibilidad de que esas reformas no hayan sido suficientes, y es una posibilidad que pesa mucho en el momento presente, es decir, cuando la economía aún no ha superado el freno y marcha atrás que supuso el final de la débil recuperación registrada entre mediados de 2009 y mediados de 2011.
Nadie sabe lo que va a pasar. Algunos economistas petulantes no se han enterado, pero su inerradicable incapacidad para conocer el futuro no ha sido abolida. En efecto, así como no fuimos capaces de predecir con exactitud el momento y la profundidad de la crisis, tampoco sabremos precisar cuándo y con qué fuerza va a quedar atrás. No es descartable que la economía española se esté recuperando incluso  ahora, cuando más hundida parece. No lo sabemos, como tampoco sabemos qué resultado tendrá la política monetaria del Banco Central Europeo y qué sucederá con el sistema monetario del euro.
Lo que sí sabemos es que el recelo y la desconfianza, que se reflejan en las operaciones y los resultados de los mercados de acciones y de deuda, no carecen de base y no son producto de la perversión ni del delirio. Muchas voces se alzan para condenar a los mercados como si fueran así. No lo son. Representan las reacciones de numerosas personas que no creen en todo lo que dicen los Gobiernos, entre otras razones porque esos mismos Gobiernos no son inocentes del derrumbe que ha padecido la actividad económica en estos últimos años, aunque se presenten solo como valerosos caballeros andantes que van a defendernos de los peligros más variopintos.
Las economías al final son individuos. Usted, sin ir más lejos. ¿Qué haría hoy con sus ahorros? ¿Los invertiría sin dudar ahora mismo en acciones, bonos y títulos de la deuda? ¿O más bien se andaría con cuidado ante el riesgo de no recuperar toda su inversión con un beneficio? Pues que no le cuenten milongas sobre los ataques de los mercados. Lo que está pasando es que hay mucha gente como usted, que no ahorra ni invierte sin pensárselo dos veces, al menos.

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