A Sangre Fría de Capote

Arcadi Espada.



Ahora que se cumplen veinte años de la muerte de Capote y cuarenta de A Sangre Fría se ven obligados a repetir las habituales sandeces. El maldito. Un hombre terrible. Lo peor de A Sangre Fría no es que Capote escribiera su autobiografía indecente sobre la espalda de uno de los asesinos. O que equiparara moralmente el asesinato de la familia Clutter con la ejecución de los culpables. En absoluto. Para todo eso bastaba con meter a Capote en la cárcel. Y ya lo metió Tompkins escribiendo In Cold Fact (Esquire 1966). Estas palabras de Tompkins: “Capote has, in short, achieved a work of art. He has told exceedingly well a tale of high terror in his own way. But, despite the brilliance of his self-publicizing efforts, he has made both a tactical and a moral error that will hurt him in the short run. By insisting that “every word” of his book is true he has made himself vulnerable to those readers who are prepared to examine seriously such a sweeping claim.” Lo peor está en el texto. Que inventara la escena final del encuentro en el cementerio entre el sargento Dewey y Susan Kidwell… quiá. Peor es que fuera capaz, el terrible Capote, envenenada orquídea, de escribir lo que sigue. Bien es verdad que mejorada la hazaña por la traducción de Rodríguez:
“—Yo me he alegrado también, Sue. ¡Buena suerte! —le gritó mientras ella desaparecía sendero abajo, una graciosa jovencita apurada, con el pelo suelto flotando, brillante.
Nancy hubiera podido ser una jovencita igual.
Se fue hacia los árboles, de vuelta a casa, dejando tras de sí el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo encorvado.”
Así acaba A Sangre Fría. Así la acabó aquél, “alto como una escopeta e igual de ruidoso”. El abyecto. El pelo suelto, flotando, brillante. Aquel vendedor de prosa sunsilk.

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