Para qué

Arcadi Espada.



El 10 de noviembre de 2010, en la Iglesia de St. Bride del legendaria y ahora seca Fleet Street, y a 15 meses de que una bomba la matara en la ciudad siria de Homs, Marie Colvin se preguntaba ante la Reina de Inglaterra y en memoria de los 49 periodistas británicos y sus colaboradores que habían perdido la vida en las guerras de este siglo, con la mirada fuerte y golpeada que incluía la de su ojo muerto Marie Colvin se preguntaba por qué los periodistas aún tenían que ir a la guerra. Su respuesta no pasaba de las frases ciertas y habituales: para informar a la gente de lo que el poder está haciendo en su nombre. Su pregunta, obviamente, partía de un contexto donde la tecnología y el llamado periodismo ciudadano parecen hacer inútil el desplazamiento y, especialmente, el desplazamiento moral que está en la base de todo heroísmo. Marie Colvin estaba reivindicando, como tantos, el lugar del periodista en el mundo. Yo quiero unirme a ella. Porque entre la exuberante patulea que participa hoy en cualquier acontecimiento debe seguir existiendo el hombre impasible. La inmensa cantidad de imágenes que se diseminan por el mundo desde cualquier lugar en duelo y en ruina suelen estar servidas por gentes que al tiempo de actuar se filman y que incluso actúan para filmarse. Hora es, entonces, y en memoria y homenaje de Marie Colvin, que se acuñe una definición nueva del periodista. Aquel que da cuenta de algo sin moverlo.

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