La sangre es de Cristo

Arcadi Espada.



Se alarma Julia en la radio de que los periódicos empleen la expresión bebé medicamento para casos como el de esta niña nacida ayer en Sevilla, algunas de cuyas células quizá consigan salvar la vida de su hermano. Comprendo su alarma estética, porque parece que en vez del cordón umbilical la niña lleve un prospecto; pero por lo demás no debe haber alarma ninguna. Los niños siempre han venido con un pan debajo del brazo. Ahora llegan también con su cordoncillo de células y es una gran noticia añadida. La humanidad lleva milenios encargando niños para proyectos concretos, que generalmente tienen que ver con la supervivencia y la felicidad de los padres. Es verdad, sin embargo, que cuando la Iglesia regía de preservativo principal nacieron muchos niños encargados por el célebre doctor Ogino; es decir, niños no deseados: pero tampoco pasa nada: en seguida se hacen con la casa y con el cariño de todos. En circunstancias desahogadas, como las que vive Occidente, los niños nacen porque sí, porque es preciso. Así los tuve yo: sin más plan y porque era mi obligación. Nunca me arrepentiré, porque tener hijos sólo es una elección cuando algo va mal.
El nacimiento de la bebicilina sevillana provocará, como es natural, la reacción de los capellanes. Ya se alteraron visiblemente con la alegría general que provocó un nacimiento similar en 2008, y salieron en seguida a amargarla de un modo sólidamente pintoresco. Sí, sí mucha alegría pero porque no pensáis en la cantidad de embriones muertos (¡o lo peor, muertos de frío!) que ha supuesto la selección genética necesaria para el nacimiento del bebé. Un argumento realmente sorprendente, en lo macro, si se tiene en cuenta que lo que estaba en juego era la vida, no de un embrión, sino de un niño; y también en lo micro: porque el argumento capellán me hizo pensar también sombríamente en la cantidad de hermanitos muertos que se quedaron en el camino de mi espermatozoide único y triunfal, aquella vez (¡al menos una vez decía el glorioso anuncio!) en que conseguí llegar primero, sin posible discusión.
Por lo demás la reacción católica al nacimiento de Sevilla permite comprobar algo realmente insospechado: lo cerca que está la oficialidad católica de una de sus peores y más vulgares sectas. A Jehová, tómese en sentido amplio, parece no gustarle la idea de que la sangre de un hombre pueda salvar la vida de otro.
(El Mundo, 14 de febrero de 2012)

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