El hecho y su planchista


El Azor tiene una historia extraordinaria. Desde allí pescaba el dictador Franco gigantescos atunes, con los que posaba como si fueran vedettes. Y era la crónica del inicio de su singladura lo que daba oficial comienzo a los largos veranos de cuando entonces. Muerto Franco el yate fue escenario de uno de los gestos más inteligentes del primer gobierno socialista, cuando su patrón Felipe González decidió embarcarse en él, impasible, para ventilarlo de malos espíritus. Cuando le preguntaron, González dijo que el Azor era patrimonio del Estado, con lo que lanzó un doble mensaje inequívoco: la continuidad del Estado y que él era ahora el Estado. Un mensaje de una notable profundidad política al que ni siquiera González fue luego siempre fiel. Cuando el yate ya estaba en dique seco ocurrió algo sensacional: un admirador se lo llevó al campo de Burgos para que ejerciera de reclamo de su restaurante. Yo lo vi allí una vez: era la España de Frascuelo, de María y de Dalí. El último avatar del yate lleva el nombre del artista Fernando Sánchez Castillo. Compró el Azor al de Burgos y ahora lo exhibe en el Matadero de Madrid. Pasado por una plancha de los desguaces. Cuando los atunes, el barco medía 47 metros de eslora y 10 de manga. Ahora es una chapa de 3 x 7 m2. La jíbara operación me parece sensacional, y a la altura de sus precedentes. Lo que ha hecho Sánchez Castillo con el barco es lo que hace la historia con los hechos. Planchar cien años en un párrafo.

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