Al servicio del pueblo de Kirill Afanassjewitsch Merezkow. Sergio Campos


Sergio Campos ha traducido la parte dedicada a la defensa de Madrid, a los sucesos de noviembre:

En Barcelona nos recibió el cónsul soviético Antonov Ovseenko, a quien ya había conocido en 1924 como jefe de la administración política del Consejo Militar Revolucionario. Le reconocí inmediatamente por su amplia sonrisa, su nariz larga y afilada a lo Gogol y sus ojos miopes escondidos tras los cristales. Este hombre tenía un gran pasado revolucionario lleno de acontecimientos. Como secretario del Consejo Militar Revolucionario de Petrogrado arrestó al Gobierno Provisional durante la insurrección armada en octubre en el Palacio de Invierno. Durante la guerra civil, Antonov-Ovseenko capitaneó el frente ucraniano y fue Comisario del Pueblo para Asuntos Militares de la República Socialista Soviética de Ucrania. Más tarde ocupó un puesto de responsabilidad en el pequeño consejo de Comisarios del Pueblo y la NKVD. Antonov-Ovseenko permaneció unos cuantos años como diplomático soviético en el extranjero.

Antonov-Ovseenko parecía agotado. Con un tic nervioso al hablar, informó sobre los acontecimientos en España con frases cortas y muy gráficas.


La situación no era buena, pero mejor en todo caso a como la describían los periodistas burgueses y peor de lo que había escuchado en París. Los rebeldes se encontraban en Madrid. La República había perdido en su mayor parte el suroeste de España. La Fuerza Aérea fascista dominaba el cielo. La intervención de Alemania e Italia seguía creciendo. Aunque en la zona rebelde prevalecían las disputas entre grupos rivales, aún eran mayores las dificultades derivadas de las diferencias de opinión y desacuerdo en la zona republicana. Largo Caballero, a la sazón presidente del gobierno, socialista de derechas, había impulsado una política contradictoria e inconsecuente. No existía, en el sentido más estricto, un ejército regular. El fracaso del gobierno al conceder la independencia a Marruecos fue aprovechado por los fascistas para nutrir sus tropas con publicidad demagógica. El gobierno también respondió con lentitud a las demandas de autogobierno del País Vasco y Cataluña, lo que provocó la disensión entre los antifascistas. Llenas de entusiasmo revolucionario, las masas estaban dispuestas a cualquier sacrificio. Pero el mayor obstáculo en su lucha fueron los anarquistas, que carecían de la disciplina más básica. Luchaban y descansaban cuando les convenía y podían iniciar osadas operaciones por cuenta propia, sin obedecer órdenes superiores, o abrir el frente al enemigo. Para ellos era difícil disociar el heroísmo del pánico. Todavía no funcionaban los servicios de retaguardia. La situación en los frentes era difícil. En primer lugar, por lo tanto, debíamos establecer un estrecho contacto con los comunistas españoles para poder apoyarles, pero al mismo tiempo permanecer leales a la República. En ningún caso podíamos establecer oficialmente diferencias entre los republicanos. “En pocas palabras, cuanto antes pongan manos a la obra, mejor”, concluyó el cónsul. [...]


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