Tengo derecho a un micrófono porque soy manifashion. Cristian Campos

Durante tooodo el día siguiente a la manifestación de turno, las mujeres del equipo de limpieza del edificio se dedican casi exclusivamente a borrar pintadas, rascar ácido de los cristales y fregar meadas. Lo del ácido es especialmente jodido. Pueden imaginarse lo que opinan ellas de los manifestantes, los sindicatos, los funcionarios y la madre que los parió a todos. Esa es la foto que nunca sale en los diarios, la de las trabajadoras, y quiero decir trabajadoras de las de verdad, limpiando la basura que les han lanzado los que dicen defender sus intereses. He de confesar que no tengo en muy alta consideración la inteligencia del sindicalista medio. Sólo hay que echarle un vistazo u oír hablar a los secretarios generales de los dos principales sindicatos españoles para que se te caigan los machos al suelo. Si estos son los jefes del cotarro, los subalternos deben ser de los que usan el iPhone para cascar nueces. Pero aún y así, ¿no se les enciende una lucecita en esa bola de pelo que tienen sobre los hombros cuando se dedican a embadurnar una pared de basura? ¿Quién se creen ellos que limpiará luego esa pared? ¿Artur Mas? ¿Obama? ¿Trichet? ¿Botín?


Esto de irrumpir donde sea y con la excusa que sea es un deporte que los españoles manifashions han perfeccionado hasta llegar a cotas realmente fascinantes. Se irrumpe en las sesiones del Congreso, en las del Senado, en las de los parlamentos autonómicos, en las de los ayuntamientos, se irrumpe en conferencias universitarias, en mítines políticos, en representaciones teatrales, en conciertos, en espectáculos deportivos, en discursos, en reuniones y en fiestas de todo tipo y condición. En un alarde de virtuosismo irrumpidor, hemos llegado a irrumpir en manifestaciones… con otra manifestación de signo contrario. Hay días en los que los telediarios dedican más tiempo a las irrupciones de la jornada que a los deportes, que ya es decir.



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