El mar tampoco por Antón Uriarte

Vía co2.



A pesar del incremento del CO2 en el aire y el lío montado con el supuesto achicharramiento climático que provoca, la temperatura global del agua superficial de los océanos no ha subido nada en la década primera de este siglo. Se ha mantenido de media entre unos 18ºC y 18, 5 ºC. Tuvo un pico de bajada durante los meses del evento de la Niña en el Pacífico, en los meses finales del 2007, el cual hizo que la media global descendiera un poco.

Música 31.07.2011

Los raros - Hermann Von Glenck - 10/01/10. En Radio Clásica.

Represión en Siria 31.07.2011


Tanques del ejército sirio disparan indiscriminadamente en varias ciudades. TVE.

Al menos 95 muertos y decenas de heridos al irrumpir los tanques de El Asad en la ciudad de Hama. El País.


El ejército sirio ataca la ciudad rebelde de Hama y deja cerca de 100 muertos. Libertad Digital.


Syrian tanks kill protesters in Hama. The Guardian.


Syrian regime tanks return to Hama. The Guardian.

79 minutos con Anders Behring Breivik matando por Álvaro de Cózar y Juan Gómez.

Vía El País (Aquí las víctimas).
Entre los dirigentes laboristas noruegos es frecuente bromear sobre los viejos recuerdos de la isla de Utoya. Allí se formaron parejas que todavía duran y se trabaron amistades y enemistades para toda la vida. En sus folletos informativos, los jóvenes del Partido Laborista (AUF) animan a los suyos anunciando que "Utoya es el mejor lugar de Noruega para conocer gente: aquí encontrarás jóvenes de todo el país, habrá conciertos, discoteca y citas. ¡Hasta tenemos un Sendero de los Enamorados!".

"Era lo mejor del verano", afirma Asbj Kristoffersen, de 75 años, un sindicalista y veterano militante socialdemócrata que sigue trabajando en las oficinas del partido en Oslo. Esa pequeña isla, de poco más de 10 hectáreas, le unió para siempre a unas siglas y afianzó sus convicciones. "Fue el paraíso de mi juventud", asegura.
Unos mil muchachos de entre catorce y veintitantos años habían empezado a viajar a la isla a lo largo del verano para repetir una experiencia similar a la de Kristoffersen. El 22 de julio, los jóvenes esperaban entusiasmados el discurso que el primer ministro, Jens Stoltenberg, iba a pronunciar al día siguiente. Justo en el momento en el que Stoltenberg prepara el texto, una bomba explota junto a la sede del Gobierno central en Oslo. La explosión mata a ocho personas y destruye casi todo el barrio de oficinas y ministerios. Los jóvenes oyen por la radio las noticias y siguen en todo momento lo que está pasando, preocupados por la situación del líder de su partido.
El viernes, 22 de julio, llovía en Utoya.
Es el cuarto día de acampada veraniega en el campamento y los chicos del AUF se congregan tras recibir la noticia del atentado. Eskil Pedersen y Asmund Aukrust, dirigentes laboristas, han suspendido ya todas las actividades del día y convocan a los 530 muchachos que siguen en la isla. A esas alturas muchos creen todavía que la bomba ha sido obra de algún grupo islamista internacional.
Johannes Dalen Giske está trabajando en el ferri Thorbjorn cuando un tipo alto y corpulento, con uniforme de policía y que lleva una bolsa, le pide que le lleve a la isla. Su nombre es Anders Behring Breivik. Es el autor de los atentados de Oslo. Nadie lo sabe entonces, pero el coche bomba solo ha sido una maniobra para despistar a la policía y desviar la atención de la isla de Utoya. Giske le deja pasar tras pedir permiso al capitán.
El visitante desembarca en Utoya a las 16.07. Minutos después abre fuego sobre Monica Bosei, de 45 años, llamada la madre de Utoya porque ella es quien ha organizado las acampadas de los últimos 10 años. Breivik también mata a Trond Berntsen, de 51 años, un policía fuera de servicio y hermanastro de la princesa noruega Mette-Marit. Tras cobrarse las primeras víctimas, emprende el camino hacia la casa principal del complejo de Utoya. Nueve jóvenes que escuchan los disparos se refugian en el barco de Giske. Sin entender muy bien la situación, este decide regresar con esos nueve pasajeros. Entre ellos se salva Eskil Pedersen, presidente de AUF (Partido Laborista noruego).
En su camino hacia el centro de la isla, Breivik dispara a discreción. Abate a Ingvild Leren Stensrud, una chica de 16 años que sobrevive a los tres impactos ocultándose a rastras entre los cadáveres. Al alcanzar la cafetería de la Isla, donde los jóvenes aún ignoran del todo lo que está pasando, Breivik los llama a voces: "Acercaos, que tengo información importante sobre el atentado de Oslo". Mata, uno detrás de otro, a los que se pusieron en primera fila. Los demás huyen despavoridos.
En la cafetería se halla Alí Esbati, economista de 34 años invitado a Utoya para impartir un seminario. Esbati no da importancia a los primeros ruidos y gritos. Pero la expresión desencajada de los jóvenes que se refugian en la sala le lleva a tirarse al suelo con los demás. "¡Todos fuera de aquí!", les gritan algunos muchachos a través de las ventanas. Esbati sale por una de ellas y evita así el embudo que se estaba formando en la puerta trasera. A la izquierda está el bosque. Decide esconderse allí.
Ya se han producido entre tanto las primeras llamadas de socorro. A las cinco y media de la tarde, la policía de Buskerut recibe las primeras desde la isla. Utoya es una trampa mortal. Breivik continua su recorrido tranquilamente, armado con el fusil automático que ha sacado de su bolsa. Cuando algún herido da señales de vida, lo remata con su pistola Glock.
Julie Bremnes, que ya ha hablado con su madre por teléfono, le envía un mensaje de texto a las 17.42: "Mamá, dile a la policía que se den prisa, la gente está muriendo aquí". Marianne Bremnes, que vive cerca del círculo polar Ártico, le responde enseguida:
-Lo estoy intentando, Julie, la policía está en camino. ¿Te atreves a llamarme?
-No. Dile a la policía que hay un loco dando vueltas y disparándole a la gente. Que se den prisa.
-La policía lo sabe, ha recibido muchas llamadas. Todo va bien, Julie, la policía nos está llamando ahora. Envíanos una señal de vida cada cinco minutos, por favor.
-Tememos por nuestras vidas.
-Lo entiendo, cariño. Sigue escondida y no te muevas. La policía esta de camino, si es que no ha llegado ya. ¿Has visto a alguien herido o muerto?
-Estamos escondidos en las rocas de la costa.
-Vale. ¿Quieres que le diga a tu abuelo que pase a recogerte cuando haya pasado todo? Tú decides.
-Sí.
-Vamos a llamar al abuelo ahora.
-Te quiero, aunque me porte mal a veces. No siento pánico, pero estoy muerta de miedo.
-Lo sé, cariño. También te queremos mucho. ¿Sigues oyendo disparos?
-No.
Mientras Marianne trata de tranquilizar a su hija, Breivik continúa con la matanza. Los muchachos que se ocultan en el bosque orientan su huida según la dirección de donde les llegaba el sonido de los disparos. Kristoffer Niborg, de 24 años, corre con un grupo de amigos por los bosques de Utoya. Saben que Breivik les pisa los talones. Deciden abandonar la protección de los árboles para buscar la salvación tirándose al agua muy cerca de la zona nudista. El agua está fría. La ropa empapada tira de ellos hacia el fondo y su esfuerzo no les basta para alejarse lo suficiente. Breivik, tan tranquilo, se planta en la orilla y encara el rifle una y otra vez. Christopher logra escapar, pero varios de sus amigos mueren cerca de él.
Edvard Fornes, de 16 años, también se encuentra en la costa. Escondido entre la vegetación, ve cómo Breivik descubre a un grupo de compañeros ocultos en una zanja. Los chicos suplican piedad. Breivik abre fuego y los mata, "como a perros", según dirá Fornes. Breivik se dirige a otros jóvenes que escapan: "Venid a jugar conmigo". Fornes se tira al lago y empieza a nadar. Cuando se gira, ve cómo Breivik le apunta con su rifle y se sumerge para bucear. El agua está a dos grados. El muchacho escapa ileso.
Alertada por llamadas como la de Marianne Bremnes, la policía de Buskerut llega al punto del litoral más próximo a la isla de Utoya. Los agentes no pasan de ahí. La mayoría de los efectivos están concentrados en el centro de Oslo, donde unas horas antes había explotado el coche bomba de Breivik.
Así que el jefe de la policía de Oslo, Arnstein Gjengedal, ordena a las fuerzas de élite antiterroristas Beredskapstroppen que acaben con la matanza de Utoya. La policía solo tiene un helicóptero, que carece de suficiente capacidad para llevar desde Oslo a los policías con todos sus pertrechos. Los agentes no llegan a la orilla del Tyrifjorden hasta las 18.09. Tienen que esperar 16 minutos más hasta que un bote les lleve a la isla.
La televisión pública noruega sí que ha llegado hasta Utoya por aire. El ruido de las aspas de su helicóptero hace que Esbati, que seguía escondido en el bosque cercano a la cafetería, se crea rescatado ya por la policía. Tras pasar por diversos escondites en el bosque, la proximidad de los disparos de Breivik lo ha llevado hasta la costa. Las aspas, piensa, son de la policía y traen la salvación. Así que se relaja un tanto y se reúne con un grupo de muchachos, entre los que hay dos niños de 9 y 10 años. Uno de ellos llora: "Han matado a mi padre, he visto como mataban a mi padre". Esbati cree ahora que era el hijo del policía Berntsen, la segunda víctima de Breivik.
El helicóptero solo lleva una cámara de televisión, que graba impotente las únicas imágenes de Breivik disparando en la isla. A ras de suelo, Esbati se percata de la presencia de otro adulto de uniforme. Lo toma por un policía hasta que abre fuego sobre un grupo de jóvenes. Esbati está a solo 10 metros del asesino. Se tira al agua y huye, temiendo que una bala lo alcance por la espalda en cualquier momento. Pero Breivik continúa su camino en dirección contraria.
Julie ha seguido enviando mensajes de texto a su madre a través del teléfono móvil.
-La policía está aquí.
-Dicen que el que dispara lleva uniforme de policía. Ten cuidado. ¿Qué está pasando?
-No lo sabemos.
-¿Puedes hablar ahora?
-No, sigue disparando.
-Una unidad antiterrorista está ahí intentando atraparlo.
-Ok.
-¿Te buscamos un vuelo a casa mañana?
-No estoy para eso ahora.
-Lo entiendo.
También el vicepresidente del Partido Laborista, Asmund Aukrust, que se había escondido en el bosque, se da cuenta de que los árboles no son un buen lugar para protegerse de Breivik. Elige una tienda de campaña del camping, donde se encierra con la esperanza de que Breivik no regrese a buscar más víctimas. En las primeras dos horas que pasa oculto en su tienda escucha muchos tiros y gritos. Al final, solo la lluvia golpeando la lona. Se aferra a un pensamiento que le permite mantenerse en calma: "Esto es una locura y tendrá que terminar antes o después".
Se encargará de ello Jacob Bjertnaes, que desembarca en Utoya a las seis y media de la tarde con el comando de élite. Se dividen en dos grupos. Uno se encamina al norte y otro al sur. Es este último el que ve al terrorista a unos 350 metros. Los agentes gritan para que Breivik deponga las armas. Tienen orden de disparar si se resiste o tiene explosivos en su cuerpo. Breivik no se la juega. Levanta los brazos y, en el mismo gesto, arroja el arma a más de 15 metros de sí. No dice nada. Los agentes le esposan. Terminan los 79 minutos de Breivik en Utoya.
La conversación entre Julie y Marianne prosigue mientras tanto:
-¿Sabes si lo han cogido ya?
-Te tendremos informada, cariño. Estamos siguiéndolo todo por televisión. Eh, ¿sigues ahí?
-Si, los helicópteros están dando vueltas sobre nosotros...
-Así que debes estar bien...
-Buscan a gente en el agua, aún no nos han rescatado. ¿Qué dicen en las noticias?
-La policía ha llegado a Utoya en un bote. Por lo demás, nada nuevo. No sabemos qué ha pasado con el pistolero, así que sigue quieta.
-¡Ya lo tienen!
Aukrust permanece escondido durante horas. La clínica universitaria de Oslo acoge a 32 heridos, 23 de ellos de extrema gravedad. Breivik usó balas de punta hueca, que se fragmentan tras el impacto con el cuerpo y se dispersan así por el organismo causando daños impredecibles. Los médicos inducen el coma a varios de ellos. Preguntado hace unos días sobre el despertar de estos pacientes, el cirujano Aksel Naess explicó que el último recuerdo de estas personas son las carreras por la supervivencia en los bosques de Utoya. "Lo primero que hacen es preguntar si sus amigos siguen vivos".
El balance de víctimas del asesino es, por ahora, de 69 muertos en la isla y 8 más por la explosión del coche bomba. -

El toca-toca por Víctor Manuel Domínguez

Vía Miguel Galbán.

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - La necesidad de ahorrar recursos en el sistema de atención primaria de salud, exige que los médicos indiquen estudios que no generen gastos innecesarios. “La medicina en Cuba es gratuita; pero cuesta”, repite cada día un eslogan de la televisión.

Este retorno al método clínico en consultorios y policlínicas del país, ha sido bautizado por la población como el “toca-toca”. El término alude al empleo del tacto para obtener diagnósticos sin tener que acudir al equipamiento técnico de un centro asistencial 
Pero si en tiempos mejores las indicaciones médicas de análisis o rayos X  no se realizaban por falta de reactivos y otros materiales, ahora muchos piensan que será peor. El criterio anterior está bastante generalizado. Pacientes que asistían este lunes a la policlínica Manduley, en Centro Habana, dicen haber pagado dos dólares  por cada placa en uno u otro laboratorio de la capital; esto en un país donde la inmensa mayoría no gana más de 20 dólares mensuales.

“Si antes del método clínico tenía que acudir a un amigo para que me resolviera, no sé lo que tendría que hacer hoy”, expresó en la cola de la consulta Ángel Luís Ferreiro, un joven operado de un riñón.
Una señora que dijo haber fingido un fuerte dolor de cabeza, con mareos y pérdida de  la visión para lograr que le hicieran una placa en la columna vertebral, dijo que los médicos cubanos son muy buenos, pero “con el toca-toca no”.
La mayoría de los allí reunidos señaló que los servicios médicos eran de calidad, pero fallaban por el robo y la corrupción. Algunos más informados se preguntaban: ¿por qué para unos sí, y para otros no? O, ¿cómo con dinero sí, y sin dinero no?

Los cubanos están cada vez más preocupados con el tema de la salud. Acostumbrados a escuchar una y otra vez que la medicina cubana cuenta con tecnología de punta, no asimilan que a través de  un simple apretón se determine un cálculo renal. Tampoco que unos golpecitos  en la espalda basten para diagnosticar si tienen dañado un pulmón. 
Y eso que la mayoría de la gente todavía no sabe que 47 mil 421 técnicos, enfermeras y auxiliares fueron dados de baja del sector, según datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE).  Esos despidos  representaron una reducción del 14 por ciento del personal de la salud, en el año 2010. Y este año van por más.

Como dicen nuestros dirigentes, los trabajadores de la salud “no quedarán desamparados”. De seguro tratarán de enrolarse en alguna misión internacionalista. Desamparados quedarán muchos pacientes por falta de personal que les preste una adecuada atención.
Los médicos son harina de otro costal; se han convertido en uno de nuestros principales productos de exportación. En número considerable y desde hace años son sustituidos en cuerpos de guardia y hospitales por jóvenes de otras naciones, que estudian la carrera de medicina en diversas facultades del país.
Ahora, con el toca-toca, tendremos que acudir a adivinos o curanderos, para saber si tenemos altos los triglicéridos o el colesterol.

Invertir en países emergentes: riesgos y oportunidades por Raquel Merino Jara

Vía intelib.


La inversión en acciones u otros instrumentos similares en países emergentes se caracteriza por la combinación de un elevado potencial de revalorización con una alta incertidumbre en torno a varios factores internos del país. En este caso, tanto las oportunidades como los riesgos no sólo procederán de elementos inherentes a las propias compañías, sino de su desempeño dentro de un marco institucional que en ese determinado momento propicia grandes crecimientos del PIB, pero que ofrece serias dudas sobre la sostenibilidad de ese vigor empresarial en el tiempo.

Estos países están diseminados en zonas de Asia, Europa del Este, Iberoamérica, África u Oriente Próximo y representan más del 60% de la población mundial. Se trata de países con población joven, con reducidos PIB per cápita y niveles consumo, pero que pueden estar implantando reformas políticas y económicas o tienen recursos naturales que les confieren potencial de crecimiento. Así pues, el ramillete de países que etiquetaríamos como "emergentes" es muy variado: con distinta velocidad de convergencia en nivel de vida con los países más desarrollados; con mayor o menor población interna; algunos son productores de energía frente a los que carecen de recursos energéticos.
Lo que viene a ser común a la mayor parte de estas regiones es lo limitado y poco sofisticado de los mercados de capitales y de crédito. Las instituciones propias de un mercado desarrollado, ya sea la existencia de buenas infraestructuras, formas jurídicas para constituir empresas, la bolsa, el acceso crédito, etc., no se han desarrollado de manera extensa.
Asimismo, hay dudas persistentes sobre el entorno institucional. En no pocas ocasiones, nos genera gran incertidumbre la falta de seguridad jurídica y de respeto de los derechos individuales y de propiedad, la falta de controles internos y efectivos al Gobierno, la arbitrariedad política y la extensión de la corrupción, el recurso fácil a las expropiaciones o nacionalizaciones en tiempos de crisis o los giros en la política económica, monetaria y de divisas que tratan de perpetuar en el poder al régimen actual y poner en el disparadero al tejido empresarial en tanto que lo esquilman.
Por supuesto, se puede argumentar sin estar faltos de razón que estos peligros que planean sobre una inversión realizada en estos países pueden igualmente identificarse dentro de los países más avanzados. Bien cerquita, sin necesidad de mirar más allá de nuestras fronteras, somos testigos y víctimas de un deterioro institucional y social galopante en los últimos años. No en vano, hay algún país emergente en una posición mejor que España en el Índice de Libertad Económica que confecciona anualmente la Heritage Foundation. Y es que otro argumento que puede aducirse es que, aun existiendo estos peligros en los países emergentes, no tienen por qué hacerse realidad los peores augurios en cada uno de ellos. Revisando este índice, podemos hacernos una idea de si el rumbo de las políticas regulatorias, fiscales y monetarias, entre otras muchas variables analizadas, posibilitará un futuro económico y político más optimista en el país en cuestión.
Introducimos algunos elementos que nos darán claves para alentar o desanimar nuestra inversión en estos países cuando detectamos oportunidades de inversión, ya sea como país en crecimiento (creciendo nosotros con los índices de la bolsa), ya sea con alguna compañía en particular mediante inversión directa o indirecta.
Razones para invertir en los países emergentes
  • Crecimiento económico sólido: Aquellos países que estén destacando por factores que impulsan el crecimiento como tasas históricamente altas de ahorro e inversión, la existencia de ciertos recursos naturales, capacidad de producir con costes bajos, crecientes infraestructuras y cambios regulatorios favorables al mercado, fuerza laboral cada vez mejor formada o clases medias crecientes, inflación controlada y tipos de interés atractivos, entre otros.
  • Este crecimiento a menudo está desvinculado de los ciclos en los países avanzados, lo que convierte a la inversión en mercados emergentes, además, en un vehículo ideal de diversificación o de rotación en casos de mercados seculares bajistas en las zonas desarrolladas. Por ejemplo, un país como Perú, cuya economía está fuertemente vinculada a la actividad minera, durante los últimos años ha experimentado una bonanza económica que contrasta fuertemente con el estancamiento de buen número de países desarrollados.
  • Asimismo, estos mercados suelen tener menos seguimiento por parte de los analistas y, por tanto, ofrecen buenas oportunidades de batir a los índices de referencia (lo que se conoce comoaportar alpha) a través de análisis de compañías particulares que cotizan en esos mercados.
  • La India y China o Brasil más recientemente (aunque con no pocas dosis de recalentamiento de la economía esta última) son algunos casos paradigmáticos.
Riesgos y amenazas
  • Exposición a riegos tales como la actividad económica y la inflación del crédito globalizadas que pueden producir huidas precipitadas de capitales (véase, por ejemplo, Tailandia, Malasia o Indonesia en la crisis asiática del 97); también existe el riesgo derivado de las políticas proteccionistas de los países más desarrollados o de cambios en la posición relativa en la cadena de creación de valor (cuando aquello en que el país está especializado ya no aporta tanto valor en el comercio internacional por cambios tecnológicos, etc.). Igualmente, el riesgo de devaluaciones (devaluación del real brasileño en el 98 propició la crisis argentina subsiguiente) y prácticas competitivas de países que rivalizan por los mismos mercados (como por ejemplo la manufactura textil china que ha perjudicado a países como El Salvador).
  • Realidades geopolíticas difíciles: ya sea por falta de oportunidades de inversión internas o por los problemas institucionales mencionados más arriba que desalientan especialmente la inversión directa por el peligro de que las ganancias sean confiscadas de una manera u otra. Véase el caso de Venezuela con las empresas españolas, incapaces de repatriar sus beneficios. A ello se debe unir infraestructuras insuficientes (África), dificultad en la resolución de conflictos, deficientes prácticas contables, etc.
  • Elevados costes de transacción y custodia, mercados relativamente ilíquidos, prácticas de mercados de capitales poco convencionales, inestabilidad en la moneda, etc., son otros factores que pueden desalentar la inversión.
En el gráfico del MSCI Emerging Market Index Fund, se aprecia la alta revalorización obtenida en los últimos ocho años por este tipo de inversión, que sin embargo sufrió, como el resto de mercados, la brutal caída de la crisis de 2008-2009.

Fuente: Yahoo Finance

¿Por qué fracasó el transbordador espacial? por Fernando Díaz Villanueva

Vía intelib.


Aunque el espacio exterior se encuentra sólo unos kilómetros por encima de nuestras cabezas, llegar hasta allí y regresar sano y salvo es extremadamente costoso y entraña una extraordinaria dificultad técnica.

Primero hay que escapar de la gravedad de la Tierra, que actúa como un imán y no deja que nada ni nadie se escape de su atracción. Conseguido esto, hay que volver a entrar –a reentrar, tal y como se dice en el argot aeronáutico–, salvando la densa atmósfera terrestre, un impenetrable escudo que hace rebotar los objetos que pretenden atravesarla... o los incinera.
La cuestión de la salida la resolvieron un par de ingenieros de la Guerra Fría: Wernher von Braun por el lado americano y Serguéi Koroliov por el soviético. Ambos diseñaron potentes cohetes de varias fases que alcanzaban la velocidad y la aceleración necesarias para burlar la fuerza gravitatoria de la Tierra. La reentrada era más peliaguda, de ahí que la mejor solución que se encontró fue construir cápsulas acorazadas que, con el ángulo adecuado, cruzasen la atmósfera sin desintegrarse. Todo menos los astronautas y la carga se desechaba o quedaba incinerado en la estratosfera.
Mediante ese sistema se hizo la carrera espacial, se colocó a los primeros hombres en órbita y se llegó a la Luna. A mediados de los 60, en el negocio del espacio había mucho dinero y mucho científico eminente, y alguien se puso a pensar en el modo de ir y volver del espacio reutilizando el vehículo. La nave en cuestión despegaría como un cohete pero aterrizaría como un avión. Eso ahorraría costes y haría de los lanzamientos algo casi tan rutinario como los vuelos comerciales.
En marzo de 1972 el Congreso dio vía libre al programa. El prodigioso artefacto se llamaría space shuttle (transbordador espacial) y el programa, Space Transportation System. Alimentado por los cuantiosos fondos que entonces el Gobierno norteamericano destinaba a la NASA, el primer transbordador, el Enterprise, vio la luz en 1976. Tras las pruebas atmosféricas, el Columbia hizo su vuelo inaugural cinco años después, en abril de 1981.
El optimismo reinaba en Washington. El transbordador les acababa de dar una supremacía espacial incontestable. Gracias a él podrían acceder al espacio de un modo rápido, barato y seguro. La idea original era construir varios y poner en órbita uno a la semana. El shuttle era la nave definitiva, el esperado autobús espacial que entregaría en bandeja la órbita terrestre a Estados Unidos.
Transportaba hasta siete tripulantes, que disfrutaban de mucho más espacio y comodidades que en las cápsulas del programa Apolo. Tenía, además, una gran bodega de carga, en la que podía almacenarse casi cualquier cosa, desde satélites a módulos de la estación espacial pasando por el telescopioHubble, que fue puesto en órbita en una de las misiones. Aunque el coste de desarrollarlo había sido muy elevado, pronto se amortizaría por el uso. La Unión Soviética, además, poco podía hacer para contrarrestar el órdago, pues malvivía sus últimos y miserables años.
Pronto se demostraría que todo era ilusorio. Poner al orbitador en el espacio costaba mucho más de lo previsto. Revisar la nave después de cada lanzamiento llevaba meses de laboriosas comprobaciones. El coste de mantenimiento era prohibitivo. Sólo el escudo térmico, compuesto por 35.000 losetas de cerámica, exigía una inspección exhaustiva que consumía tiempo y dinero. La expectativa de 55 lanzamientos anuales se redujo primero a 24 y luego a 12. Al final ni eso. En 1985, año en el que más lanzamientos se programaron, el shuttle visitó el espacio en sólo 9 ocasiones. El Discovery, el miembro de la flota que más veces fue lanzado, voló sólo en 39 ocasiones a lo largo de sus 27 años de vida.
Lejos de abaratar el acceso al espacio, lo multiplicó por quince. Cada lanzamiento costaba unos 1.500 millones de dólares, o lo que es lo mismo, 60.000 dólares por cada kilo transportado. Los rusos, que no han dejado de utilizar los cohetes Protón y las cápsulas Soyuz de la época soviética, ponen un kilogramo de carga en órbita por alrededor de 5.000 dólares. En 1981, la NASA creía que, gracias al transbordador, subir al espacio costaría algo más de 1.000 dólares, perfectamente amortizables por el transporte de satélites y otros cargamentos.
Para acelerar la entrada en rentabilidad del ingenio espacial, la agencia programó tantos lanzamientos como pudo durante la primera mitad de los ochenta. Había dudas sobre la seguridad y el coste ya se había disparado, pero el transbordador era una cuestión de hegemonía. En plena euforia, a finales de enero de 1986, se produjo la tragedia del Challenger. El anillo aislante de uno de los propulsores se desprendió, provocando una explosión cuando el transbordador volaba a dos veces la velocidad del sonido y a 14 kilómetros de altitud.
Murieron los siete tripulantes, entre los que se encontraba el primer civil que viajaba al espacio, una maestra de New Hampshire que habría de dar una clase desde la órbita para todos los niños del planeta. Esos mismos niños fueron testigos del accidente a través de la CNN, que retransmitía en directo desde Cabo Cañaveral. El sueño del autobús espacial acababa de un modo brusco e inesperado. La NASA abrió una investigación y detuvo el programa durante casi tres años, los suficientes para que la Unión Soviética desapareciese y el espacio pasase a engrosar la lista de asuntos sin importancia dentro de la agenda política norteamericana.
No fue el último accidente. En 2003 el Columbia quedó carbonizado durante la reentrada por un fallo en el escudo térmico. Otros siete astronautas perdieron la vida, apuntándose de este modo el transbordador un nuevo récord: de las 18 personas que han muerto en el espacio –o camino de él–, 14 lo han hecho a bordo del shuttle. El desastre del Columbia llevó a Washington a poner fin al experimento tan pronto como se acabase de ensamblar la Estación Espacial Internacional, para la que el transbordador ha sido de gran utilidad.
En 2005 Bush anunció a bombo y platillo un nuevo programa, el Constellation, que mediante cápsulas y una nueva generación de cohetes devolvería a los americanos a la Luna y les llevaría hasta la superficie de Marte para la década de 2030. El problema era el coste, estimado en 230.000 millones de dólares, demasiado dinero para un país adicto a la deuda y que tiene que recurrir a la devaluación de su moneda para mantenerse a flote.
Obama canceló el programa hace año y medio y hoy, tras la última misión delAtlantis, Estados Unidos se encuentra por primera vez en medio siglo sin programa espacial tripulado. El optimismo de hace tres décadas, cuando el reparto de Star Trek, con Mister Spock a la cabeza, se retrataba junto al flamante Enterprise, se ha diluido, y hoy son los americanos los que tienen que pagar a los rusos elevadas cantidades para alquilar una plaza en las vetustas pero fiables Soyuz. Es el final de una era y la constatación de que hasta las torres más altas terminan cayendo.


The Auteur Myth by Jonah Lehrer

Vía intelib.

Randall Stross recently wrote an interesting piece in the Times extolling the virtues of the Apple design process by comparing it to Google’s engineer driven approach. According to Stross, who riffs on a well known talk by John Gruber, the success of Apple is a tribute to the auteur model of design:
At Apple, one is the magic number.
One person is the Decider for final design choices. Not focus groups. Not data crunchers. Not committee consensus-builders. The decisions reflect the sensibility of just one person: Steven P. Jobs, the C.E.O.
By contrast, Google has followed the conventional approach, with lots of people playing a role. That group prefers to rely on experimental data, not designers, to guide its decisions.
The contest is not even close. The company that has a single arbiter of taste has been producing superior products, showing that you don’t need multiple teams and dozens or hundreds or thousands of voices.
Two years ago, the technology blogger John Gruber presented a talk, “The Auteur Theory of Design,” at the Macworld Expo. Mr. Gruber suggested how filmmaking could be a helpful model in guiding creative collaboration in other realms, like software.
The auteur, a film director who both has a distinctive vision for a work and exercises creative control, works with many other creative people. “What the director is doing, nonstop, from the beginning of signing on until the movie is done, is making decisions,” Mr. Gruber said. “And just simply making decisions, one after another, can be a form of art.”
“The quality of any collaborative creative endeavor tends to approach the level of taste of whoever is in charge,” Mr. Gruber pointed out.
Two years after he outlined his theory, it is still a touchstone in design circles for discussing Apple and its rivals.
It’s a provocative analogy, but I think we tend to overemphasize the singular impact of auteurs, at least in the film business. (I’ll refrain from speculating on the internal workings of the uber-secretive Apple.) Consider the career of Alfred Hitchcock. Although the director is often cited as the quintessential auteur – every Hitchcock film overflows with “Hitchcockian” elements – his films were also a testament to his artistic collaborations. This helps explain why Hitchcock flourished under the studio system, as the studios helped make such collaborations possible, signing the talent to long-term contracts. (In the late 1940s, Hitchcock actually experimented with independent cinema, and set up his own production company. He folded the company after his first two films flopped.) At first glance, this seems surprising: Why would a genius like Hitchcock need the constraints of the studio system? Shouldn’t all the other people and the feedback of executives held him back? Auteurs aren’t supposed to need collaborators.
The reason the studios were so important for Hitchcock is that they allowed him to cultivate the right kind of creative team. While the director relied on many longstanding partners, such as his decade-long relationship with the editor George Tomasini and cinematographer Robert Burks, he also routinely brought in new talent, including John Steinbeck, Raymond Chandler and Salvador Dali. For instance, onNorth by Northwest, a classic Cary Grant thriller, Hitchcock insisted on working with Ernest Lehman, a screenwriter best known for Sabrina. It was, at first glance, a peculiar choice: Sabrina was a romantic comedy, and Hitchcock had been hired to create a dark suspense movie. But Hitchcock knew what he was doing. In fact, he gave Lehman a tremendous amount of creative freedom. (Hitchcock’s only requirement was that the plot contain three elements: a case of mistaken identity, the United Nations building and a chase scene across the face of Mt. Rushmore.) Although it took Lehman more than a year to write the script, the wait was worth it. “I wanted to write the Hitchcock picture to end all Hitchcock pictures,” Lehman said. And that’s exactly what he did.
Interestingly, the collapse of the studio system in the late 1950s led to a marked decline in Hitchcock’s creative output; the auteur began making mediocre movies. As Thomas Schatz writes in The Genius of the System, an illuminating history of the Golden Age of Hollywood: “Now that Hitchcock could write his own ticket” – he was no longer forced to work within a single studio – “both the quantity and quality of his work fell sharply…The decline of his output suggested that in order to turn out quality pictures with any consistency, even a distinctive stylist and inveterate independent like Hitchcock required a base of filmmaking operations.” By the early 1960s, each Hitchcock movie was an utterly independent venture, so that the director was often the only point of continuity from one film to the next. The end result was a series of financial and critical failures, such as Torn Curtain and Topaz.
I certainly don’t meant to disparage the genius of Hitchcock or Steve Jobs or to defend uninspired data driven design. But it’s also important to remember that nobody creates Vertigo or the iPad by themselves; even auteurs need the support of a vast system. When you look closely at auteurs, what you often find is that their real genius is for the the assembly of creative teams, trusting the right people with the right tasks at the right time. Sure, they make the final decisions, but they are choosing between alternatives created by others. When we frame auteurs as engaging in the opposite of collaboration, when we obsess over Hitchcock’s narrative flair but neglect Lehman’s script, or think about Jobs’ aesthetic but not Ive’s design (or the design of those working for Ives), we are indulging in a romantic vision of creativity that rarely exists. Even geniuses need a little help.
PS. One of my favorite Jobs stories comes from Andy Hertzfeld, a lead engineer on the Apple team that developed the first Macintosh Computer. In his book Revolution in the Valley, Hertzfeld describes Jobs as constantly challenging and inspiring his design team with a series of strange ideas. First, Jobs wanted the Mac to look like a Porsche, to “have a classic look that won’t go out of style.” (Jobs was the proud owner of a Porsche 928.) The following month, after a trip to Macy’s, Jobs insisted that the computer should look like a Cuisinart food-processor – he liked the transparency of the kitchen appliance – and so that became the new template for the Mac. Although these concepts didn’t pan out, Jobs never stopped insisting that “It’s got to be different, different from everything else…” The point, though, is that although Jobs was performing an essential function, he wasn’t inventing the new machine by himself. Rather, he was acting a lot like Hitchcock, telling Lehman that he needed to incorporate a chase scene across the face of Mt. Rushmore.

Qué sensibilidad la tuya, figura por Cristian Campos

Hace unas semanas visité a un amigo al que habían ingresado en un hospital público de Barcelona. En la puerta, un grupo de 30 o 40 trabajadores del centro aporreaba cacerolas y cantaba eso de “el pueblo unido jamás será vencido”. Gente original, ya ven. Protestaban por los recortes, claro. Vi mucha pegatina de los sindicatos habituales y mucha referencia al 15M. También muchas ganas de reventar el mismo sistema que les paga su a todas luces inmerecido sueldo.
Varios de los coches que pasaban por delante del cipostio frenaban para darle al claxon y sumarse así a la juerga. Gente solidaria, ya ven. Solidaria con los dodecafonistas de las cacerolas, claro, no con los enfermos. La cacerolada, que se oía con meridiana claridad desde el interior del centro, duró unos 30 minutos aproximadamente.
Media hora de ruidaco infernal, en la puerta de un hospital, a cargo de aquellos que teóricamente deben cuidar de la salud de los enfermos.
Juraría que una de las personas que se encontraba en la recepción, probablemente el familiar de un ingresado, se reprimía las ganas de salir a la calle a repartir hostias como panes entre la concurrencia. Quizás una sola hostia. No un guantazo violento, de poligonero con coche tuneado amarillo, sino un guantazo de padre, de puerta giratoria, limpio, categórico, redondo, ceremonioso, fastuoso, audible y ejemplarizante, con la palma de la mano abierta, uno de esos que te quitan de golpe las ganas de seguir haciendo el berzas.
Pero eso no ocurrió, obviamente. En este país, el monopolio de la violencia no lo ostentan los poderes públicos ni los ciudadanos de bien, sino la izquierda. Es esa violencia diaria que de tan cotidiana ha pasado a formar parte del paisaje: la de un tipo que se pone a aporrear una cacerola en la puerta de un hospital sin que nadie le chiste. La de un tipo que revienta el escaparate de la tienda de un pequeño empresario porque él piensa no sé qué mierda del capitalismo. La de un tipo que planta la tienda de campaña en el centro de la segunda ciudad más importante del país y se pone a mear en los mismos parterres en los que poco antes ha plantado tomates. La de ese universitario de apenas 19 años que tiene los santos cojones de cortar la principal vía de acceso a la ciudad y decidir qué coches pasan y cuáles no con ínfulas de dictador bananero.
Esa escena la he visto yo. En TV3, concretamente. Un tipo de unos 50 tacos, con su coche parado en medio de la Avenida Diagonal por una sentada de los del 15M, suplicándole a un niñato que le deje pasar porque no va a llegar a tiempo al trabajo. Y el niñato, después de pensárselo unos segundos para que el tipo sufra un poco y se macere en la impotencia, después de remolonear y amagar con que se larga dejándolo ahí plantado, se gira en el último momento y ordena magnánimo a sus pelotas de turno: “venga va, dejadlo pasar”. Los pelotas se levantan del suelo con toda la parsimonia del mundo, se sacuden el polvo del culo, sonríen a las chavalas del corro y dejan el hueco necesario para que el pobre desgraciado pase. Y la guardia urbana, plantada a 10 metros de esa escena, sin intervenir y desviando el tráfico hacia una calle secundaria para no molestar a los señoritos.
Pero lo más humillante es que el tipo del coche, al pasar al lado de los Goebbels de pacotilla, frena, saca la cabeza por la ventanilla, la agacha y, sin ironía alguna, dice “gracias”.
“Gracias”.
Si esto no es fascismo, que venga dios y lo vea.

Honorable, sí por Arcadi Espada

Vía Arcadi Espada. Las negritas son mías.
Querido J:
Llevo dos semanas sin escribirte, y los asuntos guardan cola, enardecidos. Lo siento, pero esta semana no podré hablarte del cura David, al que su obispo ha dejado caer, al fin, cobardemente, acuciado por la horda del periodismo y la política locales. No voy a poder ir hoy, a las siete, a Sant Vicenç de Castellet, a la última misa en el pueblo del joven capellán. Pero espero poder darte fe más pronto que tarde. Tampoco te hablaré de News of the World y el sensacional ejercicio de hipocresía de la supuesta prensa de referencia. Te valga por el momento saber que Hitchens comparó en Slate el caso News con el caso Wikileaks, señalando, además, que el segundo trataba sobre asuntos de verdadera importancia. Y Hitchens aún se mostraba léxicamente pudoroso: yo te habría escrito sobre lo que hizo la prensa receptadora con el material de Wikileaks.
Tengo ahora otra urgencia, que es la de honrar a Camps. Esta semana el presidente de la Generalitat valenciana renunció a su cargo, volvió a declararse inocente y anunció su intención de defender hasta el final su honra. Esta decisión fue tomada el mismo día que los periódicos anunciaban un inmoral enjuague mediante el que Camps se declararía culpable, pagaría una multa y seguiría (¡con antecedentes penales!, se santiguaba una y otra vez nuestra prensa socialdemócrata) al frente de la Generalitat. La decisión pilló a los periódicos a contrapié. El espectáculo es formidable. Dos días después la prensa socialdemócrata aún sigue delirante en el rincón, acusando a Camps no de lo que ha hecho, sino de lo que tenía intención de hacer. Se comprende.
Si la decisión de Camps hubiera sido admitir su culpabilidad y declararse un mentiroso irrisorio, la imagen que durante dos años ha ido construyendo de él nuestra prensa habría obtenido el refrendo de su voluntad. Camps ha sido sometido a una de las campañas de difamación más grotescas de que tiene memoria la democracia española. Sin la más mínima precaución ética se ha diseñado un muñeco místico y melifluo (el camino adjetivo que va desde El Curita hasta Amiguito del Alma), cursi, presumido, acobardado, corrupto -aunque, más precisamente, un tonto corrupto, capaz de enriquecer a ladrones y de no quedarse ni la comisión, que le pedía l’argent de poche a su esposa, para más inri provinciano, farmacéutica-. Esta sucia y barata campaña se ha basado, de modo muy reaccionario, limítrofe con los modos fascistas, en trazos puramente de carácter. También se comprende. Otras impugnaciones no eran fáciles. Camps ha sido presidente en un periodo de general esplendor para su comunidad. Ha ganado tres veces las elecciones por mayoría absoluta. Y la indagación sobre su patrimonio personal ha dado resultados negativos: el cohecho de Camps habrá sido tan impropio que es muy probable que, como dijo en su discurso, se haya ido con menos de lo que llegó. Solo quedaba una posibilidad medianamente política: la de presentar al empalagoso frailuno como un hombre obsesionado por el poder, incapaz de abandonarlo. Esa posibilidad que ha roto de cuajo la última decisión presidencial. Se comprende que sigan en el rincón, delirantes.
La decisión ha sido también impecable, respecto a su timing. Camps ha abandonado el poder en el momento procesal que debía: esto es, después de que se le comunicara el auto de procesamiento; cuando, ateniéndose al sistema judicial español, los indicios judiciales se han articulado en un relato coherente. Naturalmente el jurado habrá de decidir si además de coherente es veraz; pero parece una elegante muestra de acatamiento y respeto al Estado democrático que un elegido abandone sus responsabilidades cuando un juez instructor argumenta que es culpable de un delito.
Ni antes ni después: en ese momento. Hay otro asunto incluido en el acatamiento y las formas que conviene recordar, porque afecta a una figura de idéntico rango político que Camps. En 1982, cuando el imputado Jordi Pujol se vio en peligro (porque el Ministerio Público le imputó algo más que tres trajes) se convocó al pueblo soberano para que resolviera en las calles lo que se elucidaba en el juzgado, aquella manifestación inolvidable que fue acto fundacional de la putrefacción catalana. Jamás, en los dos años que ha durado la investigación judicial y el acoso mediático, Camps cedió a la tentación de sacar a la calle a las muy coloristas masas valencianas. Sus enemigos dirán que prefirió gozar en intimidad y silencio de las ganancias del cilicio. Pero más allá de sus violentos sarcasmos, lo cierto es que las únicas manifestaciones del caso Camps fueron protagonizadas por las turbas de indignados.
Ya sabes lo que opino sobre el fondo del delito del que se le acusa. Escribí una vez que el artículo 426, que describe el cohecho impropio y por el que van a juzgar a Camps, «es una muestra sobresaliente de estulticia jurídica y lógica, y, teniendo en cuenta el burdo y enfático pleonasmo que incluye («regalo o dádiva»), también gramatical». Yo agradezco mucho a Camps que haya decidido someterse a juicio. No sólo se lo agradezco como ciudadano. También como técnico. El instante del juicio oral va a ser un momento interesantísimo porque habrá de probarse que Camps no pagó unos trajes. Una situación radicalmente diferente a la del repulsivo juicio mediático en el que hasta ahora, y mediante un selectivo copypaste de declaraciones y escuchas telefónicas, sólo se ha exigido que Camps pruebe que pagó los trajes. Es decir, que pruebe su inocencia.
La mejor consecuencia, sin embargo, de la honradez de Camps es la raya que traza. Es verdad que en primera instancia queda validada, por el devenir de los hechos, la caja b de la democracia: juicios mediáticos o insolvencia de las leyes. Pero lo sustancial es que un presidente de la Generalitat ha dimitido porque, presuntamente, le regalaron tres trajes. Un regalo que, como el instructor reconoce, no tuvo ninguna consecuencia en sus decisiones como jefe de gobierno, hasta el punto de que el propio candidato Rubalcaba tuvo que admitir, aludiendo a Gürtel, que lo importante «está debajo». Es posible. Lo que es seguro, por contra, es que Camps ha sido jurídicamente liberado, de sus vinculaciones con la trama, que ya solo mantiene la comprensible melancolía de la prensa socialdemócrata. Por lo tanto, ahí queda trazado, gracias al honor intacto de Francisco Camps, el nuevo umbral de la moralidad política española. Al que todos habrán de atenerse. Tres trajes. Presuntos. Y de Milano.
Sigue con salud.
A.

Música en Radio Clásica 30.07.2011

Los raros - Miloslav Kabelác - 20/03/11. En Radio Clásica.

Los raros - Fritz Geissler - 06/03/11. En Radio Clásica.

Los raros - Gabriel Pierné - 20/02/11. En Radio Clásica.

Los raros - Lodewijk Mortelmans - 24/01/10. En Radio Clásica.

Los raros - Leonid Polovinkin - 17/01/10. En Radio Clásica.



Lo único que hizo bueno se lo mandaron hacer por Arcadi Espada


Vía Arcadi Espada. (Las negritas son mías).

Las páginas dedicadas, en todos los diarios, al balance del presidente Zapatero ofrecen perfiles patéticos. El pobre Azpiolea. Y otros tantos. El sudor, los fórceps, para extraer un párrafo con algo positivo. Esa recurrencia general a «la extensión de los derechos sociales», engrandecedor eufemismo, cáscara semivacía que sólo lleva dentro el matrimonio homosexual. Una acertada medida legislativa y léxica, desde luego, para un número muy reducido de personas. La posibilidad que después de ocho años de gobierno alguien deba pasar a la historia como el legislador del matrimonio homosexual es realmente humillante. Pero así lo quieren los grupis incandescentes de nuestro periodismo.

Aunque comprendo sus problemas. El presidente Zapatero pasará a la historia por sus mentiras y su quijotismo (eran molinos, la dura sentencia emerge), pero también por sus reformas económicas, de notable calado y que formaban parte del debate político español desde hace años. El problema de los grupis es que las hizo un zombi. Un fantasma en la máquina. Un mandado.

Que lo único realmente importante y positivo de tu camino lo hayan hecho otros en tu nombre debe de ser jodido.