Para qué sirve Wikileaks por Jordi Pérez Colomé

Pérez Colomé sobre wikileaks y las filtraciones.

Destaco:

Wikileaks ha aprendido también cómo funcionan los periodistas. En 2007, Wikileaks publicó detalles sobre compras del ejército americano en Irak y Afganistán. Montaron incluso un motor de búsqueda de los documentos. Ningún medio lo trató con la importancia que Assange creía que merecía. Ahora ha sido distinto. El motivo es simple: no importan tanto los detalles del documento como quién tiene acceso. Si todos los medios pueden ver miles de archivos al mismo tiempo, su valor decrece porque la exclusiva está al alcance de todos. En cambio, si sólo uno dispone de algo, tiene un valor enorme. El periódico que lo ha conseguido lo dará a toda página y los demás estarán obligados a seguirle. Así funcionan los periodistas. Wikileaks ya lo ha descubierto. Sus hallazgos tendrán ahora más eco.



ARTÍCULO:

El soldado Bradley Manning estaba destinado a Irak. Su misión no era de combate. Debía buscar información delicada con un ordenador. Por eso, tenía un código para acceder a datos secretos del Pentágono. Desde noviembre de 2009 dedicaba sin embargo parte de su tiempo a copiarse archivos clasificados.

En junio le detuvieron y lo encarcelaron en Kuwait; hace unos días lo llevaron a Virginia para interrogatorios. Manning sin embargo ya había pasado lo que tenía a amigos. No se sabe por qué lo hizo. Aquí dicen que, para ser de Oklahoma -la América profunda- le interesaba mucho la política y el mundo. Aquí, con más literatura, montan un guión y dicen que soñaba con cambiar el mundo.

Los documentos que presuntamente obtuvo Manning llegaron a manos de Wikileaks. Aunque se parecen, Wikileaks no tiene nada que ver con Wikipedia. Es una página web sin sede social. En su cuenta de Twitter, donde dice “Ubicación” han puesto “Todas partes”. La cabeza visible de la organización es un australiano, Julian Assange. Wikileaks nació en 2006. En el Foro Social Mundial de Nairobi de aquel año presentaron su proyecto. Su objetivo es desvelar secretos. Cualquier persona puede enviarles archivos clasificados. Wikileaks comprueba su veracidad y los publica. Según parece, la web tiene 800 colaboradores en todo el mundo. Su preocupación es ocultar la identidad del informante e impedir que los gobiernos bloqueen los servidores donde cuelgan los datos. Son expertos en encriptar y ocultar información en internet.

Los dos grandes éxitos de Wikileaks han sido, según parece, gracias al soldado Manning. El primero fue en abril. Wikileaks publicó un vídeo del ejército americano en el que se veía cómo un helicóptero disparaba contra un grupo de iraquíes entre los que había dos miembros de la agencia Reuters.

El segundo golpe de Wikileaks fue la semana pasada. Publicaron 76 mil informes secretos del ejército americano sobre la guerra de Afganistán. La mayoría son documentos que soldados o miembros de la inteligencia enviaban a sus superiores sobre todo tipo de sucesos entre 2004 y 2009: accidentes, emboscadas, civiles muertos, corrupción, hasta cien categorías. Wikileaks ha llamado a su revelación “Diario de guerra de Afganistán”.

Esta vez en Wikileaks no publicaron solos la información. Un periodista del Guardian, Nick Davies, supo en junio que Wikileaks tenía en su poder algo importante. Es difícil dar con Julian Assange. Davies obtuvo el soplo de que iba a ir a Bruselas para un acto en el Parlamento europeo. Se encontraron allí y estuvieron varias horas en un café. Davies convenció a Assange de que la revelación de los 76 mil informes sería mucho más efectiva si tenía el apoyo de su periódico.

Assange aceptó ceder el contenido de los informes al Guardian y al New York Times (al día siguiente Assange añadió Der Spiegel) para que durante un mes varios periodistas de cada medio trabajaran por separado para poner orden a ese montón de documentos incoherentes llenos de jerga burocrática (he estado ojeándolos y la mayoría son incomprensibles; cada tres palabras hay dos siglas). Empezaron las reuniones y los tres medios acordaron publicar sus informaciones el domingo el domingo 25 de julio. Cada cual ha dado lo que ha querido; se parece, pero no mucho.

De la caterva de informes no ha salido hasta ahora ningún bombazo. Pero hay información increíble. Yo he leído la información que han sacado el Times y el Guardian. Las novedades son relativas: los talibanes tienen misiles dirigidos al calor (Estados Unidos no lo había reconocido; es un arma potente), hay unidades militares secretas que se dedican a intentar capturar o matar a líderes talibanes al precio que sea, Pakistán tiene relaciones complejas con los talibanes. Pero la percepción principal la dan los detalles (y parece que han calado). El panorama que surge de la lectura es de desesperanza ante la guerra. No sólo la policía y el ejército afganos -que pagan desde Estados Unidos- tiene un montón de miembros corruptos, sino que los avances son minúsculos y el desánimo entre afganos crece.

*

Hasta aquí el contenido: nada estrictamente nuevo, pero sí mucha información valiosa. Aquí me interesan otras cosas del caso Wikileaks: cómo aclara la relación entre periodistas y gobernantes y qué muestra del trabajo de los periodistas. Wikileaks utilizó a los periódicos para hacer el trabajo difícil: leer los informes y darles sentido. Los medios hicieron algo más: comprobaron con la Casa Blanca que lo que tenían era cierto. La Casa Blanca, a través del New York Times, mandó incluso un mensaje a Assange para que detuviera la publicación de material peligroso (ni la Casa Blanca encuentra a Assange).

Assange no hizo caso. Ahora quizá se arrepiente. En los documentos publicados parece que hay nombres y datos precisos de informantes afganos de Estados Unidos. Su vida correría peligro. Assange ha dicho que “si hemos cometido ese error, es algo que tomaremos muy en serio”. Ningún periódico publica esos nombres. Wikileaks tendría entonces problemas.

No sé si en un mundo sin Wikileaks el diario de Afganistán hubiera visto la luz. Hace 40 años, los papeles del Pentágono -que describían la guerra de Vietnam- fueron publicados sin que pasara nada, aunque el gobierno tenía muchos más modos de detener su publicación. La diferencia ahora es que esto puede convertirse en habitual. El secretario de Defensa americano, Robert Gates, ha dicho que igual los militares dejan de ser sinceros en cables secretos por miedo a verlos publicados al cabo del tiempo. Para un gobierno lo fácil es presionar a un periódico que al día siguiente llamará a la puerta para pedir otras cosas. Wikileaks no necesita esos favores. Además, es virtual. Aunque hay quien aboga por su eliminación por el medio que sea, parece que está aquí para quedarse. Los gobiernos por tanto pierden poder de presión.

Wikileaks ha aprendido también cómo funcionan los periodistas. En 2007, Wikileaks publicó detalles sobre compras del ejército americano en Irak y Afganistán. Montaron incluso un motor de búsqueda de los documentos. Ningún medio lo trató con la importancia que Assange creía que merecía. Ahora ha sido distinto. El motivo es simple: no importan tanto los detalles del documento como quién tiene acceso. Si todos los medios pueden ver miles de archivos al mismo tiempo, su valor decrece porque la exclusiva está al alcance de todos. En cambio, si sólo uno dispone de algo, tiene un valor enorme. El periódico que lo ha conseguido lo dará a toda página y los demás estarán obligados a seguirle. Así funcionan los periodistas. Wikileaks ya lo ha descubierto. Sus hallazgos tendrán ahora más eco.

Dos cosas importantes para acabar. Primero, esto no es periodismo de investigación. Los periodistas difícilmente cambiamos el curso de la historia (aunque hace poco hubo un ejemplo peculiar). Somos sólo un medio de transmisión. En el Watergate, los papeles del Pentágono o los diarios de Afganistán siempre hubo algún funcionario que pasó -por el motivo que fuera- la información. Ningún periodista hizo de James Bond. Nuestro trabajo es normalmente más sencillo: contamos lo que podemos averiguar, aunque casi siempre dependemos de alguien que quiera contárnoslo. Que nos lo cuenten a nosotros y no a otro es un mérito (y una probable exclusiva).

Segundo, ¿es Wikileaks una bendición para el mundo? Tiendo a pensar que sí. Por instinto prefiero la transparencia. Prefiero saber qué piensan y qué hacen los altos cargos de cada país. Si intuyen que al final se sabrán sus opiniones quizá actúen de otro modo. Pero no todos los secretos de estado son oscuros. Algunos son necesarios. Wikileaks no se anda, por lo que parece, con miramientos. Presume de tener buenas intenciones. Pero si infringe el derecho a la privacidad de una persona o la seguridad de algún país, cómo detener, sancionar o juzgar a la organización, dónde habrá que buscarla. Es la primera organización informativa sin estado. Es un experimento peligrosamente atractivo. Y parece que tienen más material.

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