The Limits of Reason by Sharon Begley‏


Why evolution may favor irrationality.

Women are bad drivers, Saddam plotted 9/11, Obama was not born in America, and Iraq had weapons of mass destruction: to believe any of these requires suspending some of our critical--thinking faculties and succumbing instead to the kind of irrationality that drives the logically minded crazy. It helps, for instance, to use confirmation bias (seeing and recalling only evidence that supports your beliefs, so you can recount examples of women driving 40mph in the fast lane). It also helps not to test your beliefs against empirical data (where, exactly, are the WMD, after seven years of U.S. forces crawling all over Iraq?); not to subject beliefs to the plausibility test (faking Obama’s birth certificate would require how widespread a conspiracy?); and to be guided by emotion (the loss of thousands of American lives in Iraq feels more justified if we are avenging 9/11).

The fact that humans are subject to all these failures of rational thought seems to make no sense. Reason is supposed to be the highest achievement of the human mind, and the route to knowledge and wise decisions. But as psychologists have been documenting since the 1960s, humans are really, really bad at reasoning. It’s not just that we follow our emotions so often, in contexts from voting to ethics. No, even when we intend to deploy the full force of our rational faculties, we are often as ineffectual as eunuchs at an orgy.

An idea sweeping through the ranks of philosophers and cognitive scientists suggests why this is so. The reason we succumb to confirmation bias, why we are blind to counterexamples, and why we fall short of Cartesian logic in so many other ways is that these lapses have a purpose: they help us “devise and evaluate arguments that are intended to persuade other people,” says psychologist Hugo Mercier of the University of Pennsylvania. Failures of logic, he and cognitive scientist Dan Sperber of the Institut Jean Nicod in Paris propose, are in fact effective ploys to win arguments.

That puts poor reasoning in a completely different light. Arguing, after all, is less about seeking truth than about overcoming opposing views. So while confirmation bias, for instance, may mislead us about what’s true and real, by letting examples that support our view monopolize our memory and perception, it maximizes the artillery we wield when trying to convince someone that, say, he really is “late all the time.” Confirmation bias “has a straightforward explanation,” argues Mercier. “It contributes to effective argumentation.”

Another form of flawed reasoning shows up in logic puzzles. Consider the syllogism “No C are B; all B are A; therefore some A are not C.” Is it true? Fewer than 10 percent of us figure out that it is, says Mercier. One reason is that to evaluate its validity requires constructing counterexamples (finding an A that is a C, for instance). But finding counterexamples can, in general, weaken our confidence in our own arguments. Forms of reasoning that are good for solving logic puzzles but bad for winning arguments lost out, over the course of evolution, to those that help us be persuasive but cause us to struggle with abstract syllogisms. Interestingly, syllogisms are easier to evaluate in the form “No flying things are penguins; all penguins are birds; so some birds are not fliers.” That’s because we are more likely to argue about animals than A, B, and C.

The sort of faulty thinking called motivated reasoning also impedes our search for truth but advances arguments. For instance, we tend to look harder for flaws in a study when we don’t agree with its conclusions and are more critical of evidence that undermines our point of view. So birthers dismiss evidence offered by Hawaiian officials that Obama’s birth certificate is real, and death-penalty foes are adept at finding flaws in studies that conclude capital punishment deters crime. While motivated reasoning may cloud our view of reality and keep us from objectively assessing evidence, Mercier says, by attuning us to flaws (real or not) in that evidence it prepares us to mount a scorched-earth strategy in arguments.

Even the sunk-cost fallacy, which has tripped up everyone from supporters of a losing war (“We’ve already lost so many lives, it would be a betrayal to withdraw”) to a losing stock (“I’ve held onto it this long”), reflects reasoning that turns its back on logic but wins arguments because the emotions it appeals to are universal. If Mercier and Sperber are right, the sunk-cost fallacy, confirmation bias, and the other forms of irrationality will be with us as long as humans like to argue. That is, forever.

Sharon Begley is NEWSWEEK’s science editor and author of Train Your Mind, Change Your Brain: How a New Science Reveals Our Extraordinary Potential to Transform Ourselves.

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¿No te parece, que es una vergüenza para el hombre, que le suceda lo que a los más irracionales de los animales? Sócrates

Por qué la evolución puede favorecer la irracionalidad.

Las mujeres son malas conductoras, Saddam Hussein planeó el 9/11, Barack Obama no nació en los EE. UU., e Irak tenía armas de destrucción masiva: creer cualquiera de estas afirmaciones requiere la suspensión de algunas de nuestras facultades de pensamiento crítico - y en lugar de eso sucumbir a la clase de irracionalidad que vuelve locos a quienes poseen una la mente lógica. Ayuda, por ejemplo, utilizar el sesgo de confirmación (ver y recordar únicamente la evidencia que apoya tus creencias, de forma que puedes relatar ejemplos de mujeres conduciendo a 50 km/h en el carril rápido). Ayuda también a no poner a prueba tus creencias respecto a los datos empíricos (¿dónde, exactamente, están las armas de destrucción masiva, después de siete años de rastreo de las fuerzas de EE.UU. en todo Irak?); a no someter las creencias a la prueba de plausibilidad (la falsificación de certificados de nacimiento de Obama ¿requeriría una conspiración generalizada?); y a no ser guiados por la emoción (la pérdida de miles de vidas estadounidenses en Irak se siente más justificada si se quiere vengar el 9/11).

El hecho de que los humanos están sujetos a todas estas deficiencias del pensamiento racional parece no tener sentido. La razón se supone que es el mayor logro de la mente humana, y la ruta a los conocimientos y a las decisiones sabias. Pero como los psicólogos han estado documentando desde la década de 1960, los seres humanos somos muy, muy malos en esto del razonamiento. No es sólo que seguimos nuestras emociones muy a menudo, en contextos que van desde las elecciones hasta la ética. No, incluso cuando tenemos la intención de desplegar toda la fuerza de nuestras facultades racionales, estas son a menudo tan ineficaces como los eunucos en una orgía.

Una idea radical en las filas de los filósofos y los científicos cognitivos sugiere por qué esto es así. La razón por la que caemos en el sesgo de confirmación, por la que somos ciegos a los contraejemplos, y por la que nos quedamos cortos de la lógica cartesiana en muchos otros casos, es que estas fallas tienen un propósito: nos ayudan a "diseñar y evaluar los alegatos que tengan por objeto persuadir a otra gente", dice el psicólogo Hugo Mercier de la Universidad de Pennsylvania. Las fallas de la lógica, proponen él y el científico cognitivo Dan Sperber del Institut Jean Nicod en París, son de hecho maniobras eficaces para ganar en las discusiones.

Eso pone al razonamiento pobre bajo una luz completamente diferente. Discutir, después de todo, es menos búsqueda de la verdad y más sobre superar los puntos de vista contarios a los nuestros. Así, mientras que el sesgo de confirmación, por ejemplo, nos puede inducir a error acerca de lo que es cierto y real, dejando que los ejemplos que apoyan nuestro punto de vista monopolizcen la memoria y la percepción, maximiza la artillería que manejamos al tratar de convencer a alguien de que, por ejemplo, realmente "llega tarde todo el tiempo". El sesgo de confirmación "tiene una explicación sencilla", argumenta Mercier. "Contribuye a la argumentación eficaz."

Otra forma de razonamiento defectuoso aparece en acertijos de lógica. Consideremos el silogismo "Ningún C es B, todos los B son A, por lo que algunos A son C" ¿Es verdad? Menos del 10 por ciento de nosotros se da cuenta de que lo es, dice Mercier. Una razón es que para evaluar su validez requiere la construcción de contraejemplos (encontrar un A que es una C, por ejemplo). Pero encontrar contraejemplos pueden, en general, debilitar nuestra confianza en nuestros propios argumentos. Las formas de razonamiento que son buenas para la resolución de acertijos de lógica, pero malas para ganar discusiones, perdieron a lo largo de la evolución, contra las que nos ayudan a ser persuasivos, pero nos llevan a luchar con silogismos abstractos. Curiosamente, los silogismos son más fáciles de evaluar en forma "no hay seres voladores que sean pingüinos; todos los pingüinos son aves; por lo tanto algunas aves son no voladoras." Eso es porque somos más propensos a discutir acerca de animales que de letras como A, B y C.

El tipo de pensamiento erróneo llamado razonamiento motivado también impide nuestra búsqueda de la verdad pero hace que las discusiones avancen. Por ejemplo, tendemos a buscar con mayor insistencia los defectos en un estudio cuando no estamos de acuerdo con sus conclusiones y somos más críticos con la evidencia que socava nuestro punto de vista. Así los conspiranoicos desestiman evidencias presentadas por los funcionarios de Hawai acerca de que el certificado de nacimiento de Obama es real, y los opositores de la pena de muerte son expertos para encontrar fallas en los estudios que concluyen que la pena capital disuade al crimen. Si bien el razonamiento motivado puede nublar nuestra visión de la realidad y nos impide la evaluación objetiva de las pruebas, dice Mercier, por sintonizarnos con los defectos (reales o no) de la evidencia, nos prepara para lanzar una estrategia avasalladora de argumentos.

Incluso la falacia de coste perdido, que ha animado tanto a los partidarios de una guerra perdida ("Ya hemos perdido tantas vidas, que sería una traición retirarnos") como a los inversionistas en acciones perdedoras ("He mantenido estos títulos tanto tiempo"), refleja el razonamiento que da la espalda a la lógica, pero gana discusiones, porque las emociones a las que apela son universales. Si Mercier y Sperber tienen razón, la falacia del costo perdido, el sesgo de confirmación, y otras formas de irracionalidad estarán con nosotros siempre y cuando los seres humanos disfrutemos de discutir. Es decir, para siempre.

Imagen de entrada: Scott Barbour—Getty Images. "El pensador" por el escultor Francés Auguste Rodin.

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Comentarios.

Los resultados de Mercier y Sperber podrían explicar el por qué a veces los seres que amamos en ocasiones intentan apabullarnos con argumentos irracionales. Y es que desde muy jóvenes nos gusta "ganar" en estas confrontaciones diarias con los que nos rodean. Acabo de prohibir a mi hijo de 14 años que use la computadora como resultado de un argumento que esgrimió basado en falsedades (o en sesgo de confirmación); le habíamos autorizado usar la PC con internet por 30 minutos y se le hizo poco tiempo, por lo que argumentó en tono lastimero "¡Llevo tres dias sin usar la compu!". Era evidente que no era así, pero de seguro él no quiso recordar que la había usado ayer, antier y toda la semana.

Es obvio que su argumentación no era para desacreditar nuestro punto de vista como padres, sino para lograr su objetivo de usar la PC por más de 30 minutos. Su expresión de extrañeza cuando se le recordó que no había dejado de usar la PC ni un sólo día durante la última semana, mostró que le costaba trabajo recordar sus sesiones, dificultad a su conveniencia. Pero esa falla de razonamiento le costó la prohibición.

Así, hay mucha gente que no desea perder, aunque no se trate de una pérdida real sino de un leve retroceso. Se empecinan en atacar y atacar y atacar hasta que se convieten en verdaderos energúmenos irracionales, llenos de rencor y sed de venganza.

¿Hasta dónde resulta conveniente llevar esta situación? Mi adivinanza educada es que quienes lo hacen en forma reiterada, sin dar espacio a un resquicio de reflexión, eventualmente sufrirán algún trastorno, al estilo de una parálisis, o una diabetes o un ataque cardiaco. En realidad no vale la pena llevar a tal extremo la irracionalidad. O en el peor de los casos, un arresto, una condena o la muerte misma. Pero eso es asunto de ellos. Por acá nos gusta ganar, sí, pero no a costas de nuestra salud, de nuestra felicidad o de nuestra tranquilidad.

¡Bendita inteligencia y bendita razón que nos indican los límites de la irracionalidad!

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