Libres de texto por Daniel Rodríguez Herrera‏

¿Por qué el modelo del software libre no se aplica fuera de sus estrechos márgenes? Bueno, lo cierto es que no es un modelo de aplicación universal. Ya en la Wikipedia tiene sus problemas, porque la enciclopedia carece de un estándar objetivo que permita establecer si una aportación es valiosa o no. El software funciona o no funciona. Por mucha verborrea que tenga un programador, por muy convincente que sea, si su código no va sus aportaciones no sirven de nada. No obstante, pese a carecer de un estándar semejante para distinguir el valor de cada contribución, mal que bien Wikipedia va tirando.

Hay otro sector, con un modelo de negocio bastante estable, que parece pintiparado para disfrutar de las ventajas de las aportaciones voluntarias: los libros de texto. En España lo tendríamos fácil: el Ministerio impone qué debe estudiarse y sólo bastaría con que grupos de voluntarios prepararan el material apropiado no necesariamente para un curso entero, sino para determinadas "unidades didácticas", o como quiera que las llamen ahora los pedagogos cursis, que se podrían luego unir para ofrecer un libro completo a los alumnos.

El sector editorial facturó 844,45 millones de euros en España a cuenta de los libros de texto, ya fuera cobrando de las administraciones o de los padres. En buena medida la razón de semejante cifra está en la increíble velocidad con que estos materiales quedan obsoletos, pese a que los temarios no varían demasiado que digamos; se cambian dos dibujos y el tipo de letra de modo que los números de página no coincidan, y listo. En Estados Unidos pasa lo mismo. Scott McNealy, cofundador de Sun, recuerda que cada año se gastan entre 8.000 y 15.000 millones de euros en libros de texto. Es más de lo que pagó Oracle por su empresa. Ahora que tiene tiempo libre ha decidido embarcarse en la aventura de ofrecer libros de texto gratuitos mediante una organización llamada Curriki.

El principal problema no es encontrar buenos profesores en activo o retirados plenamente dispuestos a participar, sino pasar por el filtro de la aprobación oficial de ministerios y consejerías autonómicas. No sería de extrañar que algunos se resistieran a, ejem, permitir que las editoriales tradicionales como Santillana acabasen en la ruina. Ustedes ya me entienden. Pero, idealmente, supondrían un estándar de objetividad que le viene que ni pintado a un proyecto de estas características.

No obstante, aún habría que imprimirlo y eso cuesta. Pero podría distribuirse por vía electrónica. El primer Kindle, lanzado en 2007, costaba 399 dólares. El siguiente modelo se lanzó el año pasado a un precio de 359 dólares que fue bajando paulatinamente hasta los 259. El más reciente está disponible ahora mismo por 139 pavos. Evidentemente, esta bajada no va a continuar indefinidamente, pero no parece impensable que los precios acaben en los alrededores de los 50 euros para los modelos más sencillos en muy pocos años. ¿Se imaginan que ese fuera el único gasto que tuvieran que hacer en los libros de texto de sus hijos durante toda su etapa escolar? ¿Qué a partir de ahí bastara con alimentar estos cacharros con material gratuito escrito bajo las premisas que han permitido la creación de Linux, Firefox y otras aplicaciones que usamos a diario sin enterarnos?

Sin duda, librerías y editoriales sufrirían como lo han hecho discográficas y tiendas de discos. Pero no podrían quejarse más que aduciendo que crean empleo, y cuando ese es el único argumento que puedes ofrecer para justificar tu existencia es que ya no tienes nada útil que aportar a los consumidores.

Quizá lo único que nos haga falta para olvidarnos del pastizal que nos gastamos cada mes de septiembre y el enorme peso que hacemos descansar sobre las lumbares de nuestros niños sea un Scott McNealy dispuesto a liderar un proyecto como éste. ¿Alguien se anima?

Daniel Rodríguez Herrera es subdirector de Libertad Digital, editor de Liberalismo.org y Red Liberal y vicepresidente del Instituto Juan de Mariana.

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