Generosidad en Afganistán por Darío Valcárcel‏

A los diez miembros del grupo los dispararon a quemarropa, uno a uno, al regreso de una misión médica.

EL grupo se había acostumbrado a trabajar en común. Desinteresadamente. Se integraban en International Assistance Mission, una organización que había echado raíces en Afganistán. Seis americanos, una alemana, un británico, dos afganos, según escribe en su memorable crónica de Kabul, para el NYTimes, Shaila Dewan. Los diez miembros del grupo fueron muertos la semana pasada al norte del país. Detenidos al regreso de una misión médica, les dispararon a quemarropa, uno a uno, fríamente, en media hora. Dos médicos, Tom Little y Dan Terry, estaban al frente de la expedición. Les acompañaban la doctora Karen Woo, cirujana británica de 36 años, que había renunciado a un salario de 110.000 libras anuales; la alemana Daniela Beyer, hija de un ministro, cuyo dominio del dari, dialecto de origen persa, facilitaba el trabajo del equipo en la zona; Cheryl Beckett, de 32 años, a la que quedaban unas semanas para casarse. Un buen odontólogo, el doctor Thomas L. Grams, 51 años, transportaba su generador con combustible para usar su torno. Muchos afganos viven con dolores permanentes, a veces insufribles. Glenn D. Lapp, enfermero de Pennsylvania, dirigía un programa en televisión. Brian Carderelli era scouten Virginia. Ahmed Jawed, cocinero afgano, ganaba una fortuna, 20 dólares diarios mientras durara el viaje. Mahram Ali, de 51, cuidaba de sus dos hijos discapacitados. Habrá lectores a los que todo esto levante un mal tufo de buenismo, pero este era el grupo. Su ONG sostenía que era mejor curar a algunas decenas que no curar. Al cabo del año no eran decenas, sino centenares, millares.

Son casos extremos de generosidad, se dirá. Bien, pero no tan extremos. Hay gentes dispuestas incluso a jugarse la vida. Nosotros, desde aquí, escribimos con un punto de vergüenza este comentario, instalados en una mesa, frente a un puerto de pescadores del país vasco-francés, ante una iglesia con uno de gran retablo barroco, mientras sonríen relajadas las familias que vuelven de la playa.

La ruleta rusa en que el mundo se ha convertido casi nos impide pensar. Seis médicos y cuatro colaboradores suprimidos así, en un santiamén, tac, tac, tac. Se dirá: es el componente estocástico, azaroso, casual, del mundo. Los dados caen al tapete. Que cada cual sobreviva como pueda. Y sin embargo tampoco es enteramente así: o no lo será mientras soldados de veintitantos años, nacidos en Devonshire o en Extremadura, vayan a morir voluntariamente al sur de Helmand, en la frontera afgano-pakistaní. El talibán pretende defender a su país del invasor (y no es así). Los médicos tratan de curar, a cambio de nada, a gentes que sufren, eso es todo. O era todo.

Un talibán da el tiro de gracia al doctor Grams, natural de Durango, Colorado, USA. Generosidad del odontólogo frente al talibán. Europa, creemos, ha prestado menos atención que América a estas muertes. El responsable de la ONG Islamic Relief USA ha sido tajante: «No tenemos planes para disminuir nuestro trabajo en Afganistán». Charles Beckett, padre de Cheryl, duda sobre el cálculo de riesgos: «Pero eran gente brillante, lo contrario de unos ingenuos. Mi hija y sus compañeros ayudaban a afganos en situación de extrema necesidad, incluso en zonas de peligro».

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