Era mentira por Arcadi Espada

Arcadi Espada pone las cosas en su sitio. ¿Y si nunca fuimos lo que nos vendían?


ARTÍCULO:

Entre la muerte de Franco y la mitad de los años ochenta los españoles vivieron en una recesión permanente. Durante más de una década el crecimiento fue nulo o pura basura. Y creo que hasta algún padre rompedor le puso Crisis a su hija. El toque de clarín, al menos en mi memoria, lo dio Carlos Solchaga con aquel «¡Enriqueceos!», una convocatoria triunfal que tal vez no sea ajena a algunas de las cosas que ahora suceden. Hasta aquel momento la crisis había sido consustancial al ser de España. La transición fue una dichosa experiencia de autoestima; pero se proyectaba sobre un paraje de notoria insuficiencia. Se vivía en crisis y por eso la crisis —enorme— no era noticia, salvo alguna reconversión gigantesca o alguna expropiación llamativa. Pero lentamente las cosas cambiaron: la euforia del 92, con los Juegos Olímpicos y el AVE sevillano; la llamada «autopía» socialista: donde el cemento de las carreteras combatía la desvertebración nacionalista; y por último, ya en plena orgía, aquel «Y ahora por Francia», célebre frase pronunciada por el presidente Zapatero, después del anuncio (más o menos veraz) de que habíamos superado la renta per cápita de Italia.

De esa frase hace sólo dos años. ¡Dos años! Fue pronunciada por el presidente en la televisión pública. No me parece una exageración decir que España era entonces un país alegre y confiado. La confianza no provenía del presidente, en el que los españoles siempre confiaron con moderación. Era un estado de ánimo: poco informado y frívolo, pero perceptible. Ciertamente no habían desaparecido algunas anomalías. Por ejemplo, era el único lugar de Europa donde una banda de asesinos liquidaba a alguien por sus ideas. Y es verdad, también, que en la estricta economía algunos datos inquietantes: la burbuja inmobiliaria (de la que siempre se hablaba para ponerle un pero a la felicidad) o la irritante lentitud de la incorporación a la revolución digital. Pero España ya no era, en sí misma, una crisis.

De los números que día a día se procesan en esta grandiosa pira de la Economía, del Periodismo y de la Política, donde ya no importa nombrar hoy primer ministro a Keynes y mañana a Hayek (y eso que los provectos políticos y analistas del establishment aún no utilizan el multitasking digital que tan estúpidos nos hace según los Jeremías: ¡lo que pasará cuando esos analógicos dirijan el mundo con sus iPads!, en la pira, digo, se queman unos números españoles especialmente perturbadores. Se trata de los casi 600.000 millones de euros que bancos, empresas, administraciones y particulares deben a los bancos europeos. La deuda supone más de un 350% del PIB español y ha crecido en esta última década alrededor de un 90%.

La versión española de la crisis está en esos números. Y no es lo más grave lo que suponen técnicamente. La importancia afecta a la moral colectiva: a la comprobación estupefacta de que, en realidad, nunca fuimos otros.

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